Publicado el: 13 Oct 2015

[Carta del director] Necesitamos más votos para el teixo de Bermiego

teixobermiego

«Se requiere un esfuerzo mayor.  Nuestro candidato está en tercer lugar con algo más de 1.200 votos, a mucha diferencia de los dos primeros.»

Fernando Romero, director de La Voz del Trubia

fromeroVarias asociaciones ambientalistas de Europa quieren que en todos los países se vote un árbol emblemático, ejemplar, querido… para convertirse en el mejor de Europa en 2016. En España esta iniciativa la está promoviendo la asociación Bosques sin Fronteras y ya han seleccionado siete árboles, entre ellos nuestro milenario teixo de Bermiego, un hermoso pueblo de montaña del concejo de Quirós .

Para los que no conozcan este teixo o texu, hay que decir que es probablemente uno de los más antiguos de Europa. Situado en un promontorio en la falda del Aramo, ha visto pasar a su vera ritos paganos de los ástures, soldados romanos, épicas batallas, cristianos transportando reliquias hacia la catedral de Oviedo, emigrantes, guerras, revoluciones… todo el devenir de la historia de la humanidad bajo su copa.

Este teixo milenario fue declarado monumento natural el 27 de abril de 1995, por lo que está protegido e incluido en el plan de recursos naturales de Asturias, siendo su morfología casi perfecta con una copa que mide 15 metros, 10 metros de altura y un tronco de entre 6,5 a 7 metros de perímetro.

Pero además del mérito de su longevidad hay que destacar el valor simbólico que este árbol tuvo para los astures y sus descendientes, es decir, los asturianos de hoy. Yo, que conozco bien este árbol, cuya corteza siempre acaricié buscando en ella sensaciones de firmeza y serenidad en momentos difíciles, puedo decir que uno a su lado se siente sosegado y a la vez fuerte. El sosiego y la templanza de la esperanza y la fortaleza de su porte, allá arriba, encaramado frente al valle de Quirós, contemplando el mundo y el paso del tiempo.

Por eso quiero pedir a todos los lectores que hagan un gran esfuerzo por conseguir que nuestro teixo totémico de Bermiego alcance el honor que se merece, sin desmerecer por supuesto a las otras candidaturas. En el momento en que escribo estas líneas hay solo dos candidaturas por delante de la de nuestro teixo: la de la olma de Guadarrama, con 2.634 votos y la del pino roble de Carnicosa, en Burgos, que gana con 2.658 votos. Nuestro candidato está en tercer lugar con algo más de 1.200 votos, a mucha diferencia de los dos primeros.

Necesitamos pues más del doble de votos que hemos tenido para conseguir alcanzar el merecimiento que este teixo se merece. Desde La Voz del Trubia os pedimos ese esfuerzo. Compartid el mensaje y votad a nuestro teixo milenario, difundirlo y a por el premio. Los que no lo conozcáis comprobaréis si vais a Bermiego a visitarlo que el esfuerzo mereció la pena, pues pocos elementos naturales asturianos, españoles y europeos llegan tanto al corazón como este viejo amigo.

Todos pues a votar. Entrad en Facebook en la página de Bosques Sin Fronteras, pinchad la foto del teixo de Bermiego y dadle a «me gusta». Tenemos hasta el 31 de octubre.

Comentarios:
  1. Baudilio Fernández Florez dice:

    Es una joya k debemos conservar y darle más valor de lo k mucha gente ignora. A por el premio k todavía falta mucho

  2. J. Gonzalo dice:

    Un día del año 2.005, después de poner fotos del Teixo de Bermiego, Juan E., me hizo llegar este cuento, creo que este es el lugar apropiado para ponerlo. Ahí se queda, espero que os guste:
    LA SOMBRA DEL TEJO
    por Juan É.
    El verano pasado fue diferente a los demás: mis padres, extrañamente, se pusieron pronto de acuerdo sobre el lugar donde pasar esos días de vacaciones. No nos fuimos al pueblo de mi padre, donde gentes extrañas que ni conozco se empeñan en decir que estoy muy crecidita y que son familia mía para que les dé un beso; tampoco fuimos a un apartamento de la playa, donde los primeros días son muy divertidos, pero luego me canso de tanta arena. Afortunadamente no hicimos ese viaje que pretendía mamá para ver viejas y aburridas iglesias, ni nada de eso —no sé qué encanto tendrá ver tanta piedra—. Al final eligieron alquilar una especie de casa rural en un lejano pueblo del norte del país llamado Bermiego, que está rodeado de preciosas montañas verdes. Este pueblecito es tan pequeño tan pequeño que todas sus casas parecen estar a las afueras, y sus calles no tienen nombre, pues allí todos se conocen y no hace falta ponérselo.
    No tardamos en encontrar la casa, era fácil, aunque a mi madre le duró mucho el enfado cuando vio lo mucho que teníamos que limpiar. Allí no hay más que pequeñas casitas de piedra y pizarra, vacas gordas y sucias por todos los sitios, gallinas sueltas que no paran quietas y perros tumbados sin ganas de ladrar.
    El primer día ya me aburrí, y no parecía que el resto de los siguientes tuvieran pinta de cambiar, por eso mi padre no tardó en programar excursiones por todos los valles cercanos, que no son más que una prolongación de lo que ya se ve desde el pueblo, pero al menos caminábamos un poco, que es bueno para la barriga de papá.
    El cuarto o quinto día no pudimos salir de excursión, pues mi hermano pequeño, como siempre, estropeándolo todo, se torció un tobillo y tuvimos que descansar. Precisamente era el primer día que no estaba nublado y lucía un precioso sol que calentaba los eternos charcos de las calles. Eso hizo que me fijara en un viejo árbol que estaba algo retirado de la carretera de entrada al pueblo y cercano a una pequeña ermita abandonada. Desde lejos, ese viejo árbol, llamado tejo, ya anunciaba que no era un árbol como los demás. Me fui acercando poco a poco y comprobé lo que ya sospechaba: el tejo, a pesar de ser muy frondoso y ancho, no daba ninguna sombra, sino que sus hojas verdes, sus ramas y su tronco eran transparentes y dejaban pasar los rayos del sol. Por su grueso tronco no desfilaban las hormigas y sobre sus ramas no se posaba ningún pájaro. Eso era muy extraño y por fin encontré una razón útil para seguir con mis vacaciones: averiguar el misterio del tejo sin sombra.
    Empecé preguntado a unos abuelos que estaban tomando el sol en la puerta del único bar del pueblo, pero se rieron de mí y me contestaron en una lengua muy rara que hablan los mayores de allí a la que llaman bable. Como en el pueblo no había niños ni niñas de mi edad se lo pregunté a mis padres y no tardaron en amenazar con no dejarme salir sola si contaba esas cosas tan raras. La única que me hizo caso fue una viejecita que andaba encorvada mirando el suelo y que caminaba sobre unos zapatos de madera acabados en punta redondeada hacia arriba y que llaman madreñas.
    Esta abuelita era muy simpática y se alegró de que alguien como yo le hubiese hablado, por eso me hizo más caso que los demás. Ella me contó que en esa tierra de brumas, nieblas y lluvia abundan los misterios, entonces me explicó que por las cuevas de allí solían vivir unas hadas invisibles llamadas Las Xanas, que eran como mujeres rubias que durante todo el día peinaban su pelo con peines de oro, y que no siempre eran buenas y no gustaban de niñas preguntonas como yo. También me dijo que por los hórreos del pueblo —unas casitas cuadradas de madera elevadas sobre cuatro grandes troncos— solía esconderse el Trasgu, una especie de duendecillo vestido de rojo con un agujero en las manos, que cuando se enfadaba hacía que la gente viera las cosas distintas de cómo son en la realidad o cambiaba las cosas de sitio para hacerse notar. Incluso me dijo que tuviera cuidado con el Cuélebre, un dragón-culebra, con orejas y muy malo, que se comía a la gente que se acercaba a las cuevas de las Xanas. Le contesté que yo ya era mayor, que ya tenía once años y que esas cosas sólo asustan a los niños pequeños. De todas formas, me aconsejó que no me lo tomara a broma y que no me acercara mucho a ese árbol tan raro no fuera a ser que estuviera encantado. Me explicó que los «teixos» son venenosos y no es bueno acercarse, y que lo único no venenoso son sus frutos rojos llamados moquillos. Luego me dio un pellizquito en la cara, me sonrió diciendo cosas raras que no entendí, recogió un poco de leña que tenía en un cobertizo y se metió en su casita dejando los zapatos de madera junto a la puerta.
    Como no tenía otra cosa que hacer y me gusta resolver misterios me puse a trabajar: cogí el móvil de mi madre e intenté llamar a mi amiga Marina para contárselo todo, pero resulta que allí no había cobertura y decidí tumbarme a tomar el sol bajo el árbol para pensar o hasta que pasara algo. Sin darme cuenta me quedé dormida un buen rato sobre la hierba, y pasado un tiempo desperté por el canto de un cuco que se había posado sobre el tejo, el cual ya daba una sombra preciosa que me tapaba el sol. Las hormigas ya correteaban por su grueso tronco. No entendía nada y empecé a asustarme, entonces comencé a recordar el sueño que acababa de tener y que aún guardaba en mi memoria:
    En ese sueño yo estaba precisamente jugando y saltando justo debajo de ese árbol cuando de pronto un viejo topo salió de debajo de la tierra y con su voz gruñona me preguntó:
    —¿Quién eres tú, niña? —dijo sin apenas mover la boca.
    —Me llamo Violeta y tengo once años —y le pregunté lo mismo.
    —Soy un topo, ¿o es que no lo ves?
    —Sí, ya lo veo, ¿pero cómo te llamas? —le insistí.
    —Me llamo topo, simplemente topo.
    —¿Sólo topo?
    —Sólo topo —repitió—. Los topos no tenemos nombre, ¿para qué lo queremos si nadie nos llama?, no hablamos con nadie y somos muy solitarios, siempre estamos bajo tierra y nadie nos ve.
    —Y si no hablas con nadie, ¿por qué me estás hablando a mí?
    —Porque estás saltando sobre mi madriguera y me has despertado —me dijo—. Y ahora contéstame, niña, ¿qué haces bajo este árbol?, ¿no tienes nada mejor que hacer en otro sitio?
    —No. Este pueblo es muy aburrido y me he dado cuenta de que este tejo no da sombra ni se posan los pájaros sobre él y no pienso irme hasta que averigüe el motivo —le dije poniéndome seria—, así que si tú lo sabes, amigo topo, más te vale que me lo digas o no me iré ni dejaré de saltar sobre tu madriguera.
    —Ya veo que eres una niña muy decidida, pero te recuerdo que yo no tengo amigos, así que no me llames «amigo topo» —insistió—. Los humanos sois gente muy rara y hacéis cosas extrañas. Está bien, te lo contaré, pero me tienes que guardar el secreto y no contárselo a nadie, ¿trato?
    —Trato hecho —le dije chocando mi nariz con la suya, pues sus manos las tenía llenas de barro, y no sabía cómo se cierra un trato con un topo—.
    —Trato hecho, pequeña.
    Entonces me contó que hace ya muchos años, una pareja de enamorados se veía bajo ese viejo tejo, allí hablaban, y reían, y se besaban hasta el atardecer, incluso correteaban por el prado, pues en el pueblo no había muchos sitios a donde ir. Resulta que la chica era de ese mismo pueblo y su novio de uno cercano y pertenecía a una familia rica que tenía muchas tierras. El padre de la chica era pobre y mantenía algunas disputas con el padre del chico por asuntos de tierras y arrendamientos, por eso no aprobaba que su hija fuera novia de él. Como ella estaba muy enamorada, no hacía caso de su padre y seguía viéndose con el joven, al cual quería cada vez más. Hasta que un día, el padre los acechó y quiso darles un escarmiento y asustar al joven, pero él no se acobardó y le plantó cara. Tuvieron una fuerte discusión y acabaron peleándose con tan mala suerte que el joven tropezó, se cayó hacia atrás y se golpeó mortalmente la cabeza contra el tronco del viejo árbol. Al padre de la chica se lo llevaron a la cárcel y ella quedó desolada por haber perdido a su amado y por lo sucedido a su padre.
    Después, todos los días, se iba a la sombra del tejo y se ponía a recordar y llorar desconsoladamente, pues se sentía culpable de todo lo que había ocurrido. Según dicen, sus lágrimas regaban cada día el árbol, y eso hizo que el tejo se fuera haciendo transparente y que sólo lo pudieran ver las chicas jóvenes. Como era transparente, ni las hormigas ni los pájaros podían verlo, por eso no lo frecuentaban. Si alguna vaca chocaba con él, se daba media vuelta sin decir nada, pues las vacas son muy vergonzosas. La chica poco a poco se hizo mayor y decidió emigrar a la ciudad sin contarle a nadie lo que había ocurrido con el árbol, pasó el tiempo y el tejo transparente siguió allí sin que nadie se diera cuenta.
    Como eso ocurrió hace ya muchos años, no quedaba nadie en el pueblo que recordara lo sucedido bajo el tejo. Y como en el pueblo no había ya niñas, tampoco se sabía que ese árbol estaba allí. Por eso fui la primera en darme cuenta.
    Finalmente, el topo me explicó que, según le había contado el Trasgu, el encantamiento pasaría cuando otra joven llorara bajo él. Entonces me di cuenta que mientras mi amigo me contaba esa historia yo ya había llorado lo suficiente como para que mis lágrimas llegaran a sus raíces.
    Fue en ese instante, sin tiempo para despedirme de él, cuando el canto del cuco me despertó de ese extraño sueño en el que hablaba con un topo, y empecé a confundir mi sueño con la realidad. Entonces supe que lo que acababa de soñar podría ser cierto, pues el viejo tejo tenía ya sombra; me asusté y me fui corriendo a casa, pero no podía contárselo a nadie: había hecho una promesa, ¡con un topo! Sí, con un topo; pero después de todo era una promesa. Por eso ahora estoy escribiendo esto en mi diario. Nadie puede saberlo, pero mi diario no es nadie: sólo podré leerlo yo.
    Los días siguientes a esto lo pasamos muy bien. Hicimos más excursiones y algunas tardes jugué con mi hermano a la sombra de mi tejo, incluso algunos días merendamos allí, ¡a su sombra! Había que aprovechar el tiempo pues ya se estaban acabando las mejores vacaciones de mi larga vida.
    Un día, los abuelos que se rieron de mí cuando les pregunté, se acercaron hasta nosotros y parecían preguntarse en su extraña lengua quién habría replantado allí un tejo tan grande, que nadie del lugar recordaba haber visto antes. Me dirigí a ellos y con una sonrisa les dije que había sido yo con mis lágrimas.
    Esta vez tampoco me hicieron mucho caso y volvieron a reírse de mí, pero entonces ya no me importaba, así que seguimos jugando y saltando bajo mi árbol para ver si había suerte y salía mi amigo el topo.
    Para Violeta.
    Noviembre de 2005
    Jesus Gonzalo Garcia
    13:44
    Jesus Gonzalo Garcia

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