Publicado el: 23 Dic 2017

Cuando el médico iba en ‘mini’

Carmen Echegaray, que ahora afronta la jubilación, tuvo su primer destino en Quirós en 1976 en donde vio de todo: desde suturas a la luz de un carburo hasta ir a un pueblo a las siete y  encontrarlos a todos acostados

Beatriz Álvarez / Quirós

En agosto de 1976 una joven de 24 años llegó a Bárzana en un mini a buscar casa. Carmen Echegaray Pérez, descendiente de José Echegaray, Nobel de Literatura en 1904, recién licenciada en Medicina, venía a trabajar de médico de cabecera.
Traía consigo un maletín, un fonendoscopio, el aparato de tomar la tensión y unas ganas enormes de trabajar. El jefe de personal de Sanidad, José Ramón Tolivar Faes que también comenzó su carrera de médico en Quirós, les recibió. “Tolivar era el clásico médico humanista, de la escuela de Marañón. Me enseñó un mapa de Asturias lleno de banderitas y chinchetas de colores. Busqué el destino que estaba más cerca de Oviedo porque mi marido tenía que ir y venir al Hospital de Asturias.. Manuel Formoso ocupaba la otra plaza de médico, llevaba cuarenta años ejerciendo”.
Instalada en el bajo de Evaristo, mientras comenzaba su travesía profesional, empezó a conocer a los quirosanos de los que habla con infinito cariño. “La gente era entrañable. Ipi de Faedo, que vivía encima, me bajaba la comida. Yo echaba mucho tiempo con cada paciente y tenía en una de las habitaciones de la vivienda la consulta, me daban las mil y entonces bajaba Ipi y decía “dejai comer a la neña, hoooo”.
Carmen se integró en la comunidad más allá que su trabajo, tras conocer al director del colegio y a los dos curas que llevaban la parroquia. “Ángel, el director, era un hombre muy implicado con el proyecto educativo. Los sacerdotes, Vicente y Nacho también eran jóvenes”. Organizaron entre todos una obra para Navidad y formaron una asociación, el “Grupo Cultural de Quirós, nos reuníamos todas las semanas y discurríamos fórmulas para dinamizar de alguna manera la vida cultural. Al año siguiente organizamos la Cabalgata de Reyes”.
En el colegio que entonces tenía más de doscientos alumnos organizó charlas de educación sanitaria.
Su relación con su colega local, sin embargo, fue escasa “Era un médico mayor que probablemente había perdido la ilusión después de tanto tiempo ejerciendo. A nivel profesional me encontraba un poco sola. Empecé a reunirme con los médicos de Proaza y Teverga”. Jaime Profitos estaba en Proaza. Era un traumatólogo de Barcelona al que una depresión y la recomendación de su siquiatra llevo a la comarca. “Vete a un pueblo donde lo más interesante sea ver a un perro mear” le dijo el siquiatra y José Luis Cadierno era un médico de cabecera que luego fue pediatra en Gijón. “Nos encontrábamos para hablar de casos, y hacer una especie de seminarios. Entonces para mantenernos al día solo teníamos revistas. Con Profitos llegamos incluso a hacer pequeñas cirugías sin necesidad de trasladarse al Hospital.”
Recuerda con cariño su primer paciente, “un señor de Salcedo que se cayó del caballo, fue una lipotimia y todo quedó en un susto”. Veía hasta cincuenta personas diarias sobre todo, los días de feria. A primeros de mes, aprovechaba la gente para ir al médico. “Tuve que hacerme un pequeño diccionario. Era una medicina muy artesanal. Teníamos que hacerlo todo in situ y salir adelante”. Tiene muchas anécdotas: subir en mula a visitar a un enfermo y que la mula se metiera directamente en la cuadra, ir en coche y volver en tractor porque había empezado a nevar sin tregua, hacer suturas alumbrada con un carburo, llegar a un pueblo a las siete y que estuvieran acostados o el día que después de llevar un rato sentada en la cama con el paciente preguntándole sobre su estado, éste le dijo a su familia “¿cuándo me vais a buscar al médico?”. “En aquellos días eras médico día y noche, la gente llegaba en cualquier momento para que hicieras un domicilio, contarte un problema o traerte algo”. Aprendió mucho también de aquellas mujeres que sanaban pequeños males con remedios naturales, aprendieron juntas a conjugar medicina científica con tradicional.
De aquella época es el primer consultorio. Lo instalaron en las colominas con la colaboración del Ayuntamiento. “Hacía muchísimo frío. Puse unos radiadores en la sala de espera y en la sala de exploración, pero recuerdo pasar consulta muchas veces con anorak.” Dada la orografía de Quirós, Carmen hacia un circuito por los pueblos para visitar a los mayores. Por ejemplo, unas veces visitaba Villar y Salcedo y la siguiente vez se acercaba a Cortes y Lindes. Carmen, en el mini o luego en un Dyan6, llegaba en ocasiones con sus tres hijos. “La gente me esperaba porque sabía que iba a subir. A veces, cogía a los niños y me los llevaba conmigo, quedaban allí con alguna vecina, merendaban mientras yo hacía domicilios. Teníamos un taca-taca plegable para la pequeña”. Hacía la campaña de vacunación de la gripe “La enfermera titular no estaba en Quirós, tenía la plaza por la que cobraba, pero trabajaba de comadrona en Oviedo. Llevaban tiempo en esta situación y parecía que se iban arreglando pero esa no era solución. Tardé mucho en conseguir que la titular se diera de baja y luego vino un enfermero jovencito que empezó a trabajar. Piensa que por aquel entonces había muchos inyectables, hoy casi todo es por vía oral.”
Carmen se llevó tres hijos quirosanos, los tres mayores, pero también muchos amigos con los que aún mantiene relación: Gerardín de Paso´l Río, Maruja la de Jamallo, Ramón y Julia los del Molinón, Ana la de Bolusiano, Pepe y Carmina, los del Ocaso, Ipi… “Ana cuido a mis hijos. Era de la familia, cuando nos fuimos a pasar la baja maternal de mi segunda hija, alquilamos una casa en Santa María del Mar y se vino con nosotros. Había una serie de mujeres encantadoras, tremendas y muy fuertes”. Cuenta con una sonrisa permanente que en Quirós empezó todo, como madre y como médico. A pesar de que ha trabajado muchos años en ciudad, después de Quirós nunca abandonó el espíritu de médico rural.

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