Publicado el: 21 Dic 2018

Ya nos tocó la lotería

Por Plácido RODRÍGUEZ

Uno de los aspectos que mejor definen la condición humana, y por tanto a los españoles es la predisposición que tenemos para quejarnos. La retahíla de lamentaciones abarca todo tipo de casos, en los que el trabajo y el tiempo atmosférico suelen ocupar los primeros puestos del ranking. Con el trabajo no hay manera de encontrar el término medio: o no hay o resulta excesivo. Con el tiempo sobra decir que las pocas veces que aciertan en la previsión no coinciden con nuestras expectativas para el fin de semana. Ahora que se aproxima la Navidad, destacan las quejas sobre el azar cuando, un año más, sigue sin tocarnos la lotería.
Si jugásemos un solo décimo, la probabilidad de que nos cayese el gordo sería de 0.001 %, o lo que es lo mismo,1 entre 100.000. No hace falta hacer un máster en economía para darse cuenta de que ese porcentaje aumenta en la medida que apostemos a más de un número, es decir, si adquiriésemos 1000 décimos diferentes, la probabilidad pasaría a ser del 0.1 %, porcentaje que empieza a equipararse al que durante años debió de manejar el que fuera presidente de la comunidad Valenciana, Carlos Fabra, cuando dijo que su dudosa fortuna provenía de haber sido agraciado en un montón de sorteos.
Sin embargo, la lotería ya nos tocó hace tiempo a todos. Fue al final de un recorrido frenético que hicimos a ciegas en medio del clima ácido de una vagina, y en el que tuvimos la inmensa suerte de ganar a otros 2001.000.000 competidores. Sí, nos tocó el premio entre 200 millones de espermatozoides, que son los que forman parte del pistoletazo de salida en una eyaculación estándar. En este caso, el porcentaje de alcanzar un óvulo con éxito es del 0,0000005 %. Porcentaje infinitamente menor que el de que nos toque la lotería de Navidad.
Si además tenemos la suerte de nacer en un país en el que la esperanza de vida supera los 80 años, no tenemos que padecer el sufrimiento de una enfermedad grave ni enfrentarnos en una guerra fratricida, entonces podemos darnos con un canto en los dientes y no volver a quejarnos nunca más de la mala suerte que tenemos; no vaya a ser que al Todopoderoso le dé por castigarnos en base a una queja injustificada.
Aunque tampoco se trata de renunciar al efecto terapéutico y analgésico que la queja ejerce sobre nuestro organismo, pues, como canta Sabina, “nos sobran los motivos”.
Es por ello que siempre nos quedará un extenso popurrí de protestas navideñas en las que, además del precio de los langostinos, destacan los de siempre: políticos, funcionarios y árbitros de fútbol.
Por si a alguien le quedan dudas de que no merece la pena lamentarnos acerca de los caprichos que el azar ejerce sobre el bombo de la lotería, decir que sólo en dos ocasiones se repitió el premio gordo: en 2006 y en 1903 fue el 20.297, en 1956 y 1978 el 15.560. Por cuestiones estadísticas dudo mucho que vuelvan a salir, como también dudo mucho que nadie consiga nacer dos veces. ¿Quizá alguien con la suerte de Carlos Fabra…?

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