Publicado el: 23 Sep 2019

“Despasito”

Por Juan Carlos AVILÉS

Un senador sabio, allá por la Roma clásica, les dijo muy circunspecto a los miembros de la cámara. “No permitamos que las mujeres sean iguales a los hombres, porque, siendo iguales, serán superiores”. Eso, tocado con un peplo, unas sandalias de tiras y unos caracolillos sobre la frente (el laurel solo era para el César), da una autoridad de la leche. Así que, visto lo visto, no quedaba otra que agarrar bien fuerte la sartén por el mango (darle la acepción que queráis) y grabarse en la cabeza el “¡no pasarán!” ¿Y qué pasó? Pues que acabamos todos convirtiéndonos en mango, pero de cabeza nada. Porque, de lo contrario, nos hubiéramos dado cuenta de que el mango dará poderío, pero donde se fríe el bacalao es en la cazoleta. Y así una pechada de siglos, hasta que el aceite nos ha salpicado y hemos tenido que empezar a admitir que el bacalao como mejor se cocina es en cazuela de barro y a fuego lento. Pero la tardía reflexión, su reconocimiento y puesta en práctica van más lentos todavía, y el bacalao, de tanta quemazón, empieza a arrebatarse.
Si desde que pisamos la Tierra el dominio y la preminencia masculina han sido incuestionables, ahora que la igualdad entre paisanos y paisanas apunta maneras –gracias, claro está, al esfuerzo ímprobo de estas jabatas en las dos últimas centurias— el cambio de mentalidad no va a producirse de la noche a la mañana. Y si por nuestra parte ha habido algún tipo de avance ha sido más bien de cara a la galería, a la corrección política y al marketing de las urnas, que en eso sí que hemos aprendido un huevo. Y también a contar hasta diez antes de soltar un improperio que nos coloque de un plumazo en el bando de los impresentables y nos quedemos otra vez sin cenar, que nos tienen muy vigilados. ¿Que ya casi no se escucha eso de “mujer tenías que ser”? Cierto. Ni “¡tú a fregar, que es lo tuyo!”. Más cierto aún. Ni tampoco “si es que van provocando”. También, pero con reservas. No se escuchará, no, pero por la gloria de mi madre que lo hemos “pensao”. Así que la cosa, como la de palacio, va despacio. Del machismo exacerbado hemos pasado al micromachismo, a la “machirulada”, pequeños brotes de incomprensión y primitivismo consecuencia de la contención, en el mejor de los supuestos. Pero también a la violencia de género (la familiar es otra cosa), a las depredaciones festivas y al acoso sexual, en los que seguramente nuestra sociedad neotecnológica tienen mucho que ver. Pero no nos engañemos: el feminismo y sus defectos no son más que la consecuencia lógica, defensiva e histórica del machismo (manifiesto o latente) y sus excesos. Y así seguiremos hasta que nos entre de forma educacional y natural en la sesera. O sea, siglos también. ¿Y a qué venía todo esto? ¡Ah, sí! Ayer, por enésima vez, me volvieron a salir mal las lentejas. Como a miles de ‘rodríguez’ (aunque no sea el caso) que este verano quedaron solos y desasistidos en casa, los probinos, para mayor gloria del chigrero de la esquina. Se me resisten, pero aprenderé. Aunque lleve su tiempo.

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