Publicado el: 11 Jun 2020

Ancianidad y oralidad, la mejor lección

Manuel GALÁN

Asociación Matumaini

En estos días en que nuestros ancianos y ancianas son el rostro visible de la pérdida por el COVID 19, quiero recordarles por la significancia de sus vidas, historias, relatos compartidos o callados por las ausencias. Muchas personas viajeras que se acercan a Somiedo destacan, además de su belleza natural, las charlas con personas ancianas en sus tranquilos paseos por los pueblos. Al compartirlo, me sonrojo por mi necedad, pienso en el tiempo perdido, en las invenciones y convencionalismos de nuestra sociedad, reniego de las creaciones artificiales en el mundo rural y de tantos eventos y eventualidades, me río de la banda ancha, cuando, ni siquiera, somos capaces de acercarnos y escucharnos con nuestros mayores ni preguntarles, a ellos y ellas que representan nuestra última resistencia, cómo quieren que sean sus pueblos, como nos quieren para esa tarea. Los hemos, querido o no, arrinconado, abandonado en sus recuerdos sin importarnos demasiado. La sociedad acelera y nuestros ancianos y ancianas son, a menudo, un estorbo, ralentizadores de nuestra actividad frenética cuando importa más el aparentar que el ser.
Es el momento de vindicar su relevancia en nuestra historia, recuperar ese protagonismo extirpado. Cómo duele ver a tantos mayores en residencias, alejados de sus seres queridos, distanciados para siempre de aquellos lugares que los vieron nacer. Esta sociedad de consumo nos ha matado y esta pandemia nos recuerda el sonrojante abandono al que les estamos sometiendo. Quién no recuerda charlas interminables junto a su abuelo y abuela, en torno a una mesa camilla, escuchando relatos de juventud, penurias, luchas de supervivencia. En esos momentos, el tiempo hace un alto en el camino. La evasión es total y el éxtasis, absoluto. No hay en la vida, creo, momentos más épicos ni tan mágicos.
Es imperdonable el silencio al que hemos sometido a nuestros mayores, a un olvido que nos pasará factura. Se aceleran recuerdos de Olanchito en Honduras, de Karatu y Same en Tanzania o de los Campamentos de Personas refugiadas saharauis. Sus mayores, en contextos tan dispares, son venerados, escuchados, respetados. El camerunés Boniface Ofogo, habitual en nuestro Festival de narración oral de Somiedo, insiste en la importancia de las personas ancianas en su pueblo natal, el valor que tienen para su comunidad, la relevancia de sus relatos y su papel protagónico en la toma de decisiones. Cuando un anciano habla, el resto escucha atentamente. Amadou Hampaté Ba, escritor y etnólogo maliense, defensor de la tradición oral, decía “En África, cuando un anciano muere, una biblioteca arde, toda una biblioteca desaparece, sin necesidad de que las llamas acaben con el papel”.
De haber escuchado más a nuestros mayores, auténticos guardianes de nuestra tierra, de la tradición oral y de la memoria colectiva, quizás y sólo quizás, habríamos aprendido a cuidar mejor de nuestro vecindario, apostar por el bien común, mejorar el mundo en que vivimos. Aún estamos a tiempo de escucharnos. Si es así, habremos aprendido la mejor lección de esta pandemia.

Colección Abueland, de Joly Navarro

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