Un madrileño en la corte de Pelayo
Por Juan Carlos AVILÉS
Cuando un monte se quema, algo suyo se quema… señor conde”. La frase, que enseguida se implantó en el acervo popular, apareció, a primeros de los setenta, en la portada de un libro de chistes publicado por el insigne humorista Jaume Perich. Han pasado más de 40 años, pero el marchamo latifundista que motivó la memorable coña del Perich aún permanece vivo en la pertinaz memoria de muchos nostálgicos –o de sus herederos– que siguen considerando que cualquier tiempo pasado, aunque fuera el de la España de Franco, fue mejor. Sobre todo si de obtener pingües beneficios se trata, aun a costa de esquilmar algo que debería ser patrimonio de todos: la tierra.
Asturias arde, como ardió la sierra de Gata tan solo un mes después de aprobarse en las Cortes del PP la nueva Ley de Montes que anuló el margen de al menos 30 años para poder recalificar los bosques reducidos a cenizas por arte de birlibirloque (sugiero ver el origen del ‘palabro’ en www.fundacionlengua.com/es/arte-birlibirloque/art/149/). Esta nueva Ley (julio de 2015) regula más del 50% de la superficie del país, nada menos que 30 millones de hectáreas de terreno forestal de las cuales dos tercios son de propiedad privada y pueden convertirse, en un pis-pas, en terreno urbanizable. De seguir así, nuestro “paraíso natural” del que tanto nos enorgullecemos (con más sentido de la asturianía que capacidad de gestionarlo, todo hay que decirlo) puede llegar a convertirse en un Marina d’Or o en un conjunto de suntuosas urbanizaciones para seguir alimentando el ego de aquellos de los que hablaba el gran Perich. ¡Qué bonito!
Mientras tanto, aunque con bajón notable, los artífices de la controvertida ley –entre otras muchas– vuelven a pintar de azul buena parte del hemiciclo. Y como uno ya no entiende nada y la vida le ha hecho escéptico, marcho a colocar las bolitas del árbol, que para eso es Navidad y somos todos tan felices. Que ustedes lo pasen bien.
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