No me gusta la política porque nunca me la creí. La considero lo más parecido a la publicidad, el marketing y hasta el ilusionismo, y las campañas de los partidos lo más cercano a esos anuncios destinados a seducirnos para que consumamos tal o cuál marca de coche, de crema anti-arrugas o de dentífrico. Ellos son los profesionales del discurso y la soflama y nosotros unos pobres ciudadanitos de a pie que nos quedamos con la parte más superficial y elemental del mensaje. “Busque, compare y, si encuentra algo mejor, cómprelo”.
Pues sí, queridos. No me gusta la política y además me aburre soberanamente. O como decía aquél: “Donde esté una buena corrida, que se quite el fútbol”. A lo que alguien respondió: “¡Tóma, y los toros!”
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Muy bueno el recurso lingüístico final. Personalmente, conforme la definición de política que ofrecía el teórico Nikos Poulantzas, no me aburre; en cambio las declaraciones de los políticos me deprimen. A ciertas edades los toros y las alegrías para el cuerpo, dejan de serlo; se convierten en excesos que hay que vivir con moderación, no pudiendo usarlos como válvula de escape