El miedo

Por Loli GALLEGO

Creo que toda persona en algún momento de su vida sintió esa sensación de angustia que nos perturba el ánimo ante un riesgo desconocido. Esa situación que altera nuestro espíritu y a la que sin saber por qué la llamamos miedo. Esta historia trata de explicarlo.

Llegamos a la aldea, caía la tarde y el sol se ponía tras lo picachos en el horizonte. Las nubes de un  azul morado por efecto de los rayos de aquel  disco de color naranja, que ahora en el crepúsculo ya se le podía mirar, sin hacer guiños con los ojos.

El final de nuestro viaje no era el pueblo. Teníamos que recorrer aún un gran trecho hasta llegar a la casa del guardabosques, final de nuestra misión, que consistía en esclarecer el misterio que había impactado en la comarca. Se comentaba que  se había visto a un animal enorme que andaba por estos lugares. No se  podía determinar bien su naturaleza y, como siempre, la imaginación lo describía como un oso o lobo enorme. El miedo atenazaba las mentes, no dejándolas pensar con serenidad.

Las tres personas que formábamos la expedición,eramos todos expertos cazadores y nuestra relación con el monte y el bosque nos daba una gran seguridad.

Después de tomar un pequeño refrigerio en la tienda-bar del pueblo y comentar con los  vecinos del lugar el asunto que nos traía hasta aquí, salimos en dirección a nuestro destino. Los perros que nos acompañaban, de raza “grifona”,valientes y bien entrenados para el acoso y la caza, iban  contentos, con el rabo levantado y las orejas caídas, síntomas de tranquilidad.»Lucas», el más viejo, de ocho años, hacia sonar la campanilla colgada del collar.

No era muy  grande la distancia entre el pueblo y la vivienda del guarda, pero había que atravesar un bosque de castaños, hayas y robles espeso y en la noche imponía respeto, pues las sombras de los árboles y la maleza le daba un aspecto fantasmagórico, así como las alimañas y pequeñas fieras que lo poblaban.

Después de una media hora de buen caminar llegamos a  la morada del guarda, que nos esperaba a la puerta, pues el ladrido de los perros y la campanilla de  “Lucas”, le habían avisado de nuestra llegada.

Entramos en la casa. Una sala amplia que hacía  de cocina y comedor, rústicamente amueblada, en la que se encontraban una mujer  de unos cincuenta años, pelo negro con algunas hebras de plata, tez blanca y ojos negros, nos saludó con gesto de preocupación. Los  dos jóvenes, una niña de unos catorce años y el muchacho no tendría más de veint. También en sus rostros se traslucía el miedo y la  incertidumbre.

Nos sentamos. Los perros habían quedado afuera amarrados y los sentimos gruñir sordamente. El guarda nos puso al corriente del asunto. Según él “un ser extraño aparecía todas las noches en que había luna llena, viéndose  una gran forma que producía un fuerte ruido y desaparecía entre las sombras de la noche con gran rapidez sin poder saber lo que era”. Estas apariciones  se repetían desde hacia casi tres meses y el miedo junto con la soledad y el aislamiento habían hecho mella en el ánimo de la familia.

Establecimos una estrategia para desvelar aquel misterio, y como la noche era propicia ya que la luna brillaba en todo su esplendor, nos distribuimos  en diferentes puestos y junto con los perros esperamos la aparición de aquel extraño ser. No ocurrió nada y a la siguiente noche, situados en la misma posición, a eso de las dos de la madrugada sentimos que algo se acercaba emitiendo un gran ruido pero debido al ladrido de los perros, aquella figura enorme se detuvo y con gran agilidad se escondió nuevamente en la oscuridad del bosque.

Observamos a los perros y vimos que tenían el pelage erizado y el rabo se metía entre las patas,en vez de ladrar gimieron como si hubieran visto algo sobre natural. Nosotros sentimos un sudor frío y la garganta se quedó seca y áspera.

Regresamos a la casa y decidimos que la próxima noche guardaríamos a los perros y solo nosotros nos apostaríamos: así lo hicimos a la misma hora del día anterior sentimos la llegada de lo que estábamos esperando, se acercó metiendo el mismo ruido y entonces disparamos nuestros rifles sobre aquel ser que dando un gran  alarido se desplomó.

Salimos de nuestros puestos y a la luz de los focos que habíamos encendido contemplamos lo que hasta entonces había sido un misterio: un gran macho de venado estaba tendido en el suelo abatido por los disparos. El susto había pasado, la incógnita se había desvelado y ahora todo eran comentarios.

Tenemos miedo a lo desconocido. Pero esa sensación termina con el conocimiento de lo que ignorábamos.

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