Elogio de la patata

Por Juan Carlos AVILÉS

“¡Qué, pelando patatas!”, me espetó un ocurrente comensal tras ponerse como el Quico en el restaurante de mi santa. “Pues sí”, le contesté sonriente y sin acritud (o casi), “como no las pelé en la ‘mili’, las pelo ahora”. Una vez concluido el jocoso e insustancial comentario a salto de mata, me concentré en lo mío a la vez que me asaltaba una sesuda reflexión en torno al denostado tubérculo.

Y es que no alcanzo a entender por qué a la patata, tan necesaria y socorrida en nuestra dieta, se la trata con tanto denuedo y a este humilde manipulador como si tal faena constituyera un desdoro: “Pues menuda patata”, “El reloj resultó ser una patata”, “Eso es una patata caliente”… Fritas o cocidas, guisadas o a la importancia, paja o panaderas, rellenas o con tres salsas, amén de otros innumerables y no menos sabrosos concubinajes, la patata es uno de nuestros sostenes alimentarios más recurrentes desde que el gran Permentier, allá por 1785, la ‘puso en valor’ mediante una inteligente argucia digna de un maestro del marketing. Pidió a Luis XVI que le cediese unos terrenos donde cultivar y experimentar sobre este nuevo alimento hasta entonces despreciado por ignorado. El huerto estaba custodiado durante el día, pero no así en la noche, momento que los descuideros aprovechaban para echarlas al saco. Y como todo lo protegido es apreciado, pronto la patata fue adquiriendo notoriedad hasta el punto que el propio monarca lucía una flor de patata en la solapa de su realísima e impoluta librea. Tras un suspiro de alivio y orgullo seguí acariciando aquellas pieles ásperas y desmenuzando con cuidado su carne blanca y crujiente en pequeños dados, ansioso por verlos danzar jubilosos y dorados en el aceite hirviendo hasta llegar al plato de alguien que, en su perfecto derecho, barrunte al salir: “Mira, él las pela y yo me las zampo”. Razón no le falta, sobre todo si a esa hora la fame te anda ya mordisqueando el entresijo. Pero uno, en su infinita modestia, sabe quien era Parmentier. Y eso alimentar no alimenta, pero al menos consuela.

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