A mediados del pasado mes de diciembre el Gobierno del Principado nos anunciaba diversas inversiones en la Senda del Oso, que una vez más se convierten en lo acostumbrado. Por una parte la primera actuación sería de unos 60.000 € para acometer las obras más urgentes, que deberían dar comienzo a principios de año para tenerla presentable en Semana Santa y, la segunda y más importante inversión supondría unos 200.000 € para acometer una reparación a fondo, que debería dejarla en perfectas condiciones de uso, en línea con lo que corresponde al motor económico de la Comarca de los Valles del Oso y, a un lugar de naturaleza único en España y fácil de visitar para cualquiera.
Durante las campañas electorales el caso ya resulta sangrante. Desvergonzadamente todos nos prometen “el país de las maravillas” o a nivel más cercano municipios perfectos. Los que gobiernan ofrecen hacer aquello que durante su mandato anterior, ni siquiera les preocupó lo más mínimo, en el convencimiento de que nuestra desmemoria los pondrá nuevamente en la poltrona para volver a hacer lo acostumbrado; lo recoge muy bien el refranero español con aquello de “prometer y prometer hasta meter y, una vez metido, olvidar lo prometido”. Igualmente los de la oposición prometen corregir las tropelías y la incompetencia de aquellos a los que pretenden sustituir, en base al conocimiento de la gestión municipal por tantos años haciendo de observadores objetivos desde los sillones peor pagados del consistorio. Pero lo que ya “clama al cielo” es que si de carambola logran su objetivo (desbancar al que gobierna resulta difícil por el clientelismo que se cultiva desde el poder, salvo casos calamitosos) el desastre de su gestión deje por bueno al desalojado; nuevamente el refranero lo define muy bien “otro vendrá que bueno me hará” y me temo que es un caso demasiado frecuente.
Lo comprobamos nuevamente con el reciente atentado yihadista de Bruselas. Después del desastre que suponen tantas muertes inútiles vienen las declaraciones de unidad, los minutos de silencio, las velas encendidas, los controles de seguridad y las promesas de medidas drásticas. Pero todo seguirá igual hasta el próximo acto terrorista, igual que ocurrió con el de Madrid, París, etc. El problema es grave, aunque tiene solución, pero los responsables de adoptar las decisiones oportunas nunca lo harán por miedo a poner en riesgo su poltrona. Y no es cuestión de partidos, todos son iguales como iguales son los políticos que los controlan.
El sistema político español está absolutamente corrompido y, esperar que lo arreglen los gusanos que lo carcomen, por muchas promesas y declaraciones de intenciones que propongan cada vez que un nuevo escándalo haga saltar todas las alarmas, no es más que una vana e irrisoria ilusión. A diferencia del resto de Europa, en España la picaresca, tan bien reflejada en la literatura del Siglo de Oro, es parte consustancial de nuestra forma de ser. De manera que algo que puede ser bueno en Alemania, por ejemplo, no tiene por qué serlo aquí.
La única opción que se me ocurre es la abstención generalizada y, eso de manera experimental, de prueba. Porque si tampoco eso sirviera para que se introduzcan cambios radicales a favor de la sociedad, recortando los vergonzosos privilegios, saqueos e impunidades de los gobernantes y sus “cuates”, probablemente resultará imparable una revolución en toda regla. A mi ya no me tocará vivirla, pero los jóvenes de hoy, con el incierto futuro que les acecha, me temo que no soportarán indefinidamente tanto latrocinio.
La historia de España está plagada de sangrientos ejemplos y, si olvidamos el pasado corremos el riesgo de repetirlo.
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