Por Esther MARTÍNEZ ÁLVAREZ
Hacíamos bastante ruido. Risas, canciones y brindis. El porqué no hace falta. Porque la noche era agradable y la compañía también. Veinte personas en Asturias de noche alborotan mucho cuando el ambiente es propicio.
A diez metros una autocaravana con matrícula francesa encendía las luces y alguien se acercó a preguntar si molestábamos. La respuesta fue una sonrisa y un: «bonne nuit».
Les invitamos a unirse a nosotros. Aprendieron a escanciar y conocieron el cachopo. Eran de la Provenza francesa y hacían el Camino de Santiago primitivo. El se llamaba Pierre, ella no lo recuerdo. No sabían cuantos kilómetros habían hecho ni cuántos faltaban. Ese era su noveno camino a Santiago. Los conocían todos. El inglés, el francés, el de la costa…Todos.
Nuestro fondo musical era música celta. Se pararon a escuchar y recordaron la Bretaña francesa. Probaron la sidra y concluyeron que era parecida a la suya. Hablamos o gesticulamos que éramos muy parecidos.
La noche avanzaba y la sidra menguaba. Ella nos pidió cantar La Marsellesa con la mano en el corazón. Y cantamos.
-«Nuestro himno no tiene letra», le dijimos; y alguien decidió cantar en su lugar «Chalaneru». La fusión entre culturas se estaba fraguando.
Solamente yo sabía un poco de francés y le hablé, rememorando a Víctor Manuel, de aquella frase: «¿A dónde irán los besos?, que decía : «todo el francés que supe y sabré nunca fue culpa de ella..». Yo le dije que lo mismo pero con Moustaki. A las dos de la madrugada cantamos a dúo Le Meteque, «pour eviter le pourgatoire».
Esa noche los ingleses quisieron salir de la Unión Europea y en Les Regueres abrimos una vía diplomática con Francia, fusionando estilos.
No nos intercambiamos direcciones ni mails, ni números de móvil.
No sabemos si habrán llegado a la plaza del Obradoiro o estarán en su casa de la Provenza recordando la noche de sidra y folk que vivieron en Les Regueres. Si alguien coincide en algún camino con esta mujer, dígale que el mundo aquella madrugada no tuvo fronteras.