Por Casimiro ÁLVAREZ
Cuando tenía quince años y estudiaba en la Universidad Laboral de Gijón, ejemplarmente gobernada por los Jesuitas, de los que no tengo más que buenos recuerdos y, que no sólo nos educaban con la profesionalidad que otorga la vocación a la enseñanza, con dedicación y esmero; sino que también nos enseñaban a ser racionales e independientes, con un grado de libertad difícil de creer a la vista de las manipuladas informaciones que continuamente se trasmiten a la juventud actual, sobre imposiciones políticas y religiosas. Pues con ese grado de libertad y racionalidad de la que hablo, comencé una profunda indagación en las conocidas como “Sagradas Escrituras” (básicamente la Biblia y los Evangelios) y un debate permanente con los profesores de religión y con el “padre espiritual” que tenía asignado y, cuando yo me intereso por algo, puedo llegar a ser un concienzudo rompegüevos.
Después de tanta dedicación, mucha lectura e interminables debates que dejaban exhaustos a los curas que me tutelaban, pude llegar a unas pocas conclusiones:
La religión católica (lo mismo se puede decir de todas las demás) se fundamenta en dogmas de fe, que no son otra cosa más que imposiciones incuestionables e indemostrables (me temo que incluso bastante irracionales).
Las continuas contradicciones de los libros sagrados no se pueden resolver, tal como hace la iglesia, con interpretaciones interesadas, que pretenden justificar con la antigüedad de los relatos y, las múltiples transcripciones que de ellos se han hecho.
La doctrina de la iglesia ya lo deja meridianamente claro “hay que creer lo increíble.”
Pues con éstos dilemas en la cabeza, apartado ya de la iglesia, que no de los jesuitas de la Universidad L. de Gijón, sucede un hecho en Proaza que vino a corroborar mis convicciones. Se descubre que el cura del pueblo, Rafael Sanz Nieto, resultó ser un pederasta, depredador sexual de inocentes niños de catequismo, a quien, cuando algunos padres persiguieron por el pueblo para aleccionarlo debidamente con una estaca (aunque el hijoputa resultó más ágil de lo esperado y corría como alma que lleva el diablo) el obispado se limitó a trasladarlo a otra parroquia y echar tierra sobre el asunto. Hace unos cinco años lo volvieron a denunciar en Madrid por repetir hechos similares con el hijo de unos conocidos.
Quizás por éstas causas y, probablemente también influenciado por una rama familiar, me convertí en un decidido activista político contra la dictadura de Franco, la misma que me permitía estudiar con becas y que había creado centros de estudios excelentes, para que los hijos de obreros con pocos recursos pudieran formarse de manera gratuita -por cierto, allí tuve de compañero y se formó también, un líder sindical revolucionario, fundador de la CSI en Gijón, Juan Manuel Martínez Morala; por tanto el Régimen no nos adoctrinaba demasiado-. A partir de ahí, búsqueda permanente de la opción política más implicada contra la injusticia y menos corrupta y, en consecuencia, desengaños sucesivos hasta llegar a la conclusión, demasiados años tarde, que todas son iguales y, que entre ellas han montado un depurado sistema para el enriquecimiento de sus dirigentes, mediante la extorsión de los españoles. No existen unos mejores que otros y no se puede esperar, tal como yo decía hace un tiempo, que los gusanos que carcomen un organismo, puedan regenerarlo.
Lo contradictorio y lamentable para un ateo escéptico como yo, es que a diferencia de cuando tenía 15 años y analizaba con lupa aquello que nos contaban sobre la religión; fue necesario una eternidad de años, para llegar al convencimiento de que votar es hacerles el juego a los parásitos que nos saquean.Decía Pablo Iglesias, no el de la coleta, el otro, el fundador del PSOE, que “A los cargos públicos, aún eligiendo a los mejores y más capacitados, hay que vigilarlos como si fuesen canallas” que al final es lo que terminan siendo todos. ¿Qué habrá que hacer entonces, cuando los que optan a esos puestos son los más inútiles y miserables del país?
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