[Un madrileño en la corte de Pelayo] ¡Que vienen los míos!

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Por Juan Carlos AVILÉS

En agosto los Valles del Trubia parecían la sierra de Guadarrama, atestados de madrileños que suben a refrescar y a hartarse de fabes y cachopos para mantener el equilibrio orgánico: en lugar de calores, calorías. ¡Toma ya! Y eso sin contar con que éste pasa por ser de los veranos más tórridos que se recuerdan, con lo que entre lo de dentro y la de fuera la cosa está que arde. Confieso que antes, al coincidir con algún paisano, me asomaba algún efluvio de consanguinidad, como cuando dos de Mieres se encuentran en Sri Lanka, por ejemplo. Pero desde que soy ‘asturleño’ —ya saben, mitad asturiano, mitad madrileño— casi como que me fastidia un poco, aunque bienvenidos sean por aquello de la divisa turística y por más que no pueda guardarme para mí solo el secreto de la felicidad. “Oye, y aquí en invierno debe de hacer mucho frío y estará todo nevado”, dicen mirando a La Forcada como si del Everest se tratara. “Que no, colega. Hace más calorín que en Madrid y de nieve ni gota”.
Pues sí, cada vez vienen más. Pero también andaluces, catalanes, valencianos, manchegos… ¡Hasta extranjeros y todo! Asturias se está poniendo de moda y los hosteleros andan como unas castañuelas porque eso de que estemos sin gobierno parece que anima a gastar más, que mientras hay vacío de poder no se teme a los recortes (¿a ver si el secreto va a ser ese?). La Senda es un hervidero de ciclistas y hasta la alcaldesa de la capital del Reino, Manuela Carmena, ha cambiado el oso y el madroño de la Puerta del Sol por los territorios del plantígrado asturiano y se pasea con su séquito por estos andurriales en bici eléctrica, eso sí, que los años no perdonan y en Madrid hay mucho tajo como para arriesgarse a una tendinitis. Lástima que con la creciente notoriedad que va adquiriendo este bonito y transitado recorrido que discurre sobre las huellas del antiguo tren minero su mantenimiento y seguridad dejen mucho que desear. Pero, en fin, no se puede tener todo.

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