Recuperadas parte de las pinturas prerrománicas perdidas de Tuñón

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Los restauradores de la iglesia de Santo Adriano logran rescatar casi todas las grecas de la capilla central y documentar la cruz del altar principal

Los frescos datan de finales del siglo IX y fueron cubiertos por capas de mortero

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Lucía S. Naveros / Santo Adriano

Es la joya del valle, uno de los tesoros que la Humanidad debe preservar para las generaciones venideras, pero apenas es profeta en su tierra. Santo Adriano de Tuñón pasa desapercibida a gran parte de los turistas que visitan la comarca, pese a que es una pequeña maravilla, que estos días recupera parte del esplendor que tuvo mil años atrás. Lo hace de la mano de Luisa García y Eduardo Mendoza, de la empresa madrileña Tracer, que están culminando la restauración y consolidación de las pinturas del testero de la iglesia.
Los dos restauradores, contratados por el Ministerio de Cultura, han diagnosticado el estado de conservación de las pinturas, y en una segunda fase, han limpiado y saneado las paredes, decoradas al fresco y maltratadas por siglos de indiferencia. Bajo sus bisturís y sus ultrasonidos, las antiguas pinturas que Menéndez Pidal descubrió al retirar el retablo central aparecen de nuevo, con la viveza que tuvieron entonces.



“Las pinturas datan de finales del siglo IX. Son pinturas al fresco, que fueron cubiertas por capas de mortero, y en la capilla central, por un retablo, desde la época barroca. En los años 50 Menéndez Pidal quitó el retablo y descubrió los frescos, que se mantuvieron como estaban hasta ahora, cuando hemos acometido la restauración”, detalla Luisa García. El resultado es muy bello. “Hemos conseguido recuperar casi de forma completa la decoración geométrica que rodea la ventana, y documentar la cruz, ya desaparecida, del altar principal. Se tenía la hipótesis de que la capilla estaba presidida por una cruz central, porque hay dos pequeñas a los lados. Con los trabajos de limpieza, hemos encontrado restos de la parte superior de la cruz, e incluso de dos marcas laterales, que podrían ser un alfa y una omega”, destaca Eduardo Mendoza. La cruz en sí desapareció porque para colocar la hornacina de una imagen del retablo en su día rompieron el hueco de la ventana, que fue reparado por Menéndez Pidal.



Pese a la herida que queda donde antaño estuvo la cruz central, la belleza del conjunto es conmovedora: el sol y la luna, la cruz que presidía el centro (y que el visitante tiene que imaginar), los motivos geométricos que rodean el hueco de la ventana, con círculos similares a los de San Miguel de Lillo, la decoración en almenas propia de Tuñón, las dos cruces laterales, los restos de la impronta de una tela, los restauradores van señalando el resultado de su minucioso trabajo. Antes de la intervención, hicieron un estudio del estado de las pinturas, con un mapeo de su contenido en sal, un estudio termográfico, con sensores para conocer el grado de humedad y temperatura.
Después fueron retirando la suciedad, las sucesivas capas de mortero y los elementos biológicos de la milenaria pared, con ultrasonidos, láser y bisturí manual, para pasar a la fase que ahora culmina, de consolidación, que ha desvelado el antiguo esplendor de esta joya prerrománica.

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