Por Fernando ROMERO
En la casería de Los Panes en Grau Cándido Álvarez mantiene una bolera de las originales de la zona, de bolo batiente, con barro pisado, como se hacían antaño. En La Riera (Somiedo) Carlos Riesco conserva con paciencia y tesón un museo de la cerveza, justificando que no muera para siempre lo que fue Casa Rogelio, una institución en el Valle. Los vecinos de San Xuan de Villapañá han rescatado del olvido una tradición ancestral, la de los aguilandeiros, mascarada irreverente del solsticio de invierno reprimida en la primera posguerra franquista por sus muchas connotaciones paganas y populares en pleno triunfo de clericalismo más reaccionario. En Santo Adriano el colectivo de La Ponte ha colocado al concejo en el mundo gracias a su permanente trabajo por revalorizar su patrimonio histórico, artístico y su cultura etnográfica. En Teverga, Belmonte y Somiedo un grupo de arqueólogos jóvenes investigan el pasado con un método no academicista, abierto a la participación y consiguen brillantes resultados para el conocimiento del pasado romano del Camín Real.
En Illas, el Ayuntamiento y los vecinos que no quieren que su concejo sea absorbido por la comarca de Avilés y se transforme en su extrarradio defienden su identidad quesera, arreglan sus casas y promueven los derechos de la infancia y del deporte no competitivo. En Quirós el movimiento asociativo es hiperactivo: mayores, mujeres, grupos de cultura asturiana, periodismo local, eventos de música clásica, artesanía… En Yernes y Tameza la asociación vecinal Yeryta no para, tratando por todos los medios (que no son muchos) evitar que sus pueblos caigan en el olvido, recuperando fiestas, impulsando tradiciones, animando a la lectura, favoreciendo el deporte y la participación en la toma de decisiones. Las Regueras irradia cultura: lectura, conocimiento del territorio, rescate de la hitoria, promoción de las tradiciones populares… Hay muchas asociaciones detrás pero destacamos a La Piedriquina, que si no existiera habría que inventarla. En Candamo ayuntamiento y vecinos trabajan todo el año por dar a conocer su patrimonio: la prehistoria y el arte rupestre, la fresa, en cuya producción cada vez participa un mayor número de familias, la visualización de la historia reciente con las recreaciones de la Guerra Civil que atraen a visitantes de toda Asturias, actividades con los mayores…
Hay muchos ejemplos y afortunadamente cada vez más. Una energía que se origina en los pueblos para llamar la atención sobre su existencia frente a la cultura urbana, uniformadora y centralista.
En algunos casos son iniciativas de abajo arriba, desde el colectivo social. En otros, como en el de Juan el de La Torre (Teverga) es el empuje individual que busca contagiar a los jóvenes y a los visitantes el amor por las tradiciones, en un esfuerzo último por evitar su desaparición. En otros son los propios ayuntamientos los que empujan. En todos ellos hay un interés en común: servir de contrafuerte al empuje de una cultura global que trata por todos los medios de arrebatar lo que nos queda de identidad, de anular unos valores que, gracias a estos guardianes de la cultura no sucumben ante la uniformidad.

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