[Obituario] En memoria de Blanca la de Nena (Entrago)

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Blanca la de Nena, en 1963
Por José María RUILÓPEZ

No es fácil escribir un obituario cuando te toca tan de cerca los sentimientos y la emoción se te trunca al comprobar ya, ahora sí, después del agravamiento de la  enfermedad, la muerte de Blanca López Álvarez, mi tía carnal, la hermana más pequeña de mi madre. Por su mayor proximidad en edad con el que suscribe, conviví con ella en mi adolescencia en las romerías de campo en Teverga, con la juventud de entonces, más tarde salíamos por  Oviedo y luego por Gijón, donde ella estuvo un tiempo trabajando en la Cafetería Luis, su hermano, en el barrio de La Arena, en el mostrador de confitería.

Pero ante ya había sido una emprendedora con la fabricación de prendas de lana con una máquina, novedosa en aquel tiempo de 1965, una especie de mesa de planchar con múltiples agujas sobre las que pasaba un carro empujado por la tejedora que iba confeccionando las chaquetas, jerseys, y demás ropa para los fríos inviernos de entonces, que convirtieron al vecindario en clientes fijos. Por aquel entonces Teverga tenía casi seis mil habitantes, hoy anda por los mil ochocientos.

Blanca López, en la playa de Gijón en 1965

En esos años se presentó a Miss Asturias en un concurso patrocinado por La Nueva España, donde estaban las jóvenes más atractivas del momento. Pero su etapa más recordada y que para ella había sido una gran aventura, fue cuando pasó un año en Filipinas invitada por una familia de ascendencia tevergana. Debido a la posición de privilegio de esta familia, conoció a lo más granado de la sociedad filipina de finales de los años 60 del pasado siglo. El patriarca, Franki Godínez, empresario de reconocido prestigio, le descubrió la sociedad burguesa de aquella época. Visitó la isla de Mindanao, tan conocida desde la Segunda Guerra Mundial. Tuvo ocasión de quedarse  en ese país por su gran aceptación entre los hombres más acomodados de Manila, con proposiciones de matrimonio, pues su atractivo y la novedad que significó su llegada a ese mundo oriental fue notoria. Pero la diferencia en las costumbres, las dificultades de adaptación a una cultura tan diferente, aunque compartiendo idioma, y además del fallecimiento de su padre, Eusebio López,  mi abuelo, en 1971, la obligaron a regresar de Manila precipitadamente y para siempre.

Por su don de gentes y su gracia natural, trabajó durante un tiempo como representante de Stanhome para la venta directa de productos para el cuidado del hogar.

Más tarde, y tras la muerte de su madre, Nena, mi abuela, abrió el restaurante Casa Mami en Entrago, Teverga, junto a su marido José Manuel Suárez, de Oviedo, en el local que tiempo antes, años 50, 60  había sido el Cine Sobia, donde se estrenaban las películas americanas casi a la vez que en las capitales más grandes del Estado.

Fue un tiempo fructífero y de mucho trabajo, cuando ya su hija Elba era toda una mujer, hija de su primer matrimonio con Antonio Capín. Tras la jubilación se trasladó por unos años a Oviedo, siempre le gustó mucho la ciudad, donde compartía tardes de amistad con Rosa y Gonzalo, sus inseparables y fieles amigos. Para regresar de nuevo a Teverga, traspasar lo que ahora es la Pulpería y reencontrase con su hija, ausente unos años fuera de Asturias.

Es muy doloroso notar esa ausencia, ese hueco irrellenable ya. Esos sonidos que se esfuman y esas charlas llenas de anécdotas que se han detenido. La muerte es ese pez silencioso que llega de improviso y da un coletazo que deja a todo el mundo petrificado.

Blanca,  cariño, descansa en paz. Te lo mereces. Un beso.

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