Recuerdos de una escolar

Por Loli GALLEGO

[Desde Proaza]

Eran los años de la posguerra cuando te das cuenta de las cosas de una manera racional. A partir de mis 7 años en el ambiente social se notaba un miedo que sin ser exteriorizado estaba dentro del alma. Son años cargados de necesidades y de grandes dificultades para subsistir con un mínimo de dignidad. La resignación de la gente se notaba en el ambiente. El miedo a la guerra pasada y a las represalias posteriores habían hecho mella en las personas y cuando algo se comentaba era en voz baja y en lugares seguros, no sabías quien podría escucharte.
Estoy hablando de los vencidos, aquellos que en sus años jóvenes tenían la ilusión de un cambio en la sociedad en la que vivían, sociedad regida por los poderosos en las ciudades, por los caciques en los pueblos, por la Iglesia en todos los lugares… Sociedad sometida a la arbitrariedades de aquellos que estaban más cerca del poder y que ejercían el autoritarismo, doblegando a los más humildes que sumisamente obedecían.
Estos jóvenes, creyendo en un mundo igualitario, se habían lanzado a lograrlo, llevando la mayor derrota sobre las ilusiones creadas y teniendo que esconder en lo más profundo de sus alma los deseos perdidos.
Hablo desde mi propia experiencia,como hija de uno de aquellos jóvenes, ya que, aún siendo niña, te dabas cuenta de la situación si estabas atenta a las conversaciones. Te ibas impregnando de aquellas tristezas que afloraban en las personas, sobre todo en las que habían fracasado .
Mis años en la escuela
Las escuelas de Proaza están situadas en el barrio del Campo y separadas por el arroyo de Payón de la Torre, conocida como de Los Vázquez de Prada.
El edificio de la escuela contaba con cuatro aulas, dos para mayores y dos para pequeños. Había sido construida en terrenos donados por doña Eulalia Lamadrid y pagadas las obras por todos los vecinos de Proaza. Era una edificación digna, rodeada por una verja preciosa y con terreno a su alrededor, suficiente para los recreos.
Dentro del aula los muebles se componían de pupitres de dos asientos y tablero inclinado y una repisa para colocar el material. Los pupitres tenían los tinteros encajados. La mesa de la maestra era grande y confortable con sus sillón y en la pared un crucifijo y a ambos lados el retrato de Franco y el cuadro de la Inmaculada. El encerado era fijo en la pared. También había un armario con puertas de cristal, donde se guardaban los libros de lectura colectiva y ¡cómo no!,un perchero donde se colgaban los mandilones, que eran blancos con el nombre bordado. En invierno la fila de madreñas daba un aspecto muy bucólico y rural al aula.

Los libros que se daban eran, la Enciclopedia de Álvarez de primero y segundo grado, los dictados diariamente y, cuando había faltas, éstas las copiábamos un montón de veces. Lo gordo era cuando te caía un borrón, primero lo intentabas quitar mojando el dedo, pero lo que conseguías era un agujero en el papel. Con cara compungida te acercabas a la mesa de la maestra y… bueno te caía una reprimenda. Matemáticas era en la pizarra, con las cuatro reglas, pero si te equivocabas no había problema, lo borrabas y volvías a escribir con el pizarrín.Los que más me gustaban eran los blandos, que llamábamos de “manteca”, pues no chirriaban al escribir.
La lectura era diaria alrededor de la mesa de la maestra, y tenías que estar muy atenta, pues si te perdías te podía caer un bofetón. Sobre todo leíamos historias de Viriato, del Gran Capitán, Cristóbal Colón… La clase de religión era el Catecismo del Padre Astete y la Historia Sagrada.
Antes de entrar en el aula cantábamos el Cara al Sol. La bandera en el medio, y las dos filas de nenos y nenas con el brazo en alto. Cuando entrábamos en clase se rezaba el Ave María y en el mes de mayo se hacía todos los días “las flores” en honor de la Virgen.
El recreo era el momento más esperado, pues por la tarde la jornada era seguida. Dábamos labores. Yo nunca fui muy hábil con la aguja pero así y todo hice una sábana de festón y bodoques, (bueno, desiguales, pues lo que se dice redondos redondos… solo los que me hacía la maestra).
Creo que tardé en hacerla dos cursos, pero al final la terminé. Lo malo fue que mi madre, en vez de reservarla como una “joya”, la usó mucho y al final rompió. Fue una pena pues era mi obra de arte.

Redacción

Ver comentarios

  • Son recuerdos gratos.Que no tienen que ver en absoluto con la actualidad.Difíciles pero superados con sacrificio y voluntad.
    hoy se podía hacer un poco más de lectura,como entonces.y caligrafía.así se aprendió a escribir bien.Hoy escriben mal hasta los catedráticos.

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