Publicado el: 11 May 2017

Total, pa ná

Por Juan Carlos AVILÉS

[Un madrileño en la corte del rey Pelayo]

Mira que me da por saco, pero hoy, haciendo una excepción que no volverá a repetirse, voy a hablar de política. Y es que ando bastante indignado con la caterva de prebostes golfos, oportunistas y cantamañanas que rigen los destinos de la ciudad en la que me tocó nacer, por centrarnos en un punto. Ya, ya sabemos que el poder corrompe, que no somos de piedra y que ver pasar la pasta por delante de tus narices sin echarle mano es una tentación suprema difícil de esquivar, y que sólo la gente honrada, bienintencionada y cabal es capaz de evitarla. O sea, como la mayoría de los sufridos ciudadanos, muchos de ellos con depauperados recursos, que acuden a las urnas a depositar su voto de esperanza y buena fe para que sus representantes electos encima les levanten el monedero. Pues no hay derecho, no señor.
Al viejo Platón, un paisano griego muy listo que vivió allá por el 400 antes de Cristo –casi cuando se inventó la sidra–, se le ocurrió que lo que él llamaba ciudades-estado debían estar gobernadas por los ‘aristócratas’, nada más alejado de lo que hoy entendemos como tales. Aristocracia, en griego pre-sidril, significa ‘gobierno de los mejores’, o sea los bien preparados y con una ética y una moral a prueba de bombas. Ni que decir tiene que la cosa no funcionó, y que la política platónica resultó tan imposible como el amor platónico. Es de suponer que, como sucede ahora, aquellos ‘mejores’ eran tan escépticos y pasotas como los actuales, y no querían oír hablar de la política y sus devaneos ni hartos de orujo. Y así nos luce el pelo.
Pues sí señores, estoy que echo chispas. Tanto que hasta es muy probable que, a partir de ahora, cambie el titulín de esta columna, y en vez de llamarse ‘Un madrileño en la corte de Pelayo’ lo cambie por ‘Total, pa ná’, en el más puro estilo José Mota.

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