La torre legendaria de Dosango

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La localidad de Santo Adriano conserva un viejo caserón en el que los regidores del Aramo repartían los pastos

Casa de la Torre, en Dosango

Beatriz Álvarez/Santo Adriano

La Casa de la Torre, también conocida como la Casa de la Yedra debido a su aspecto exterior tomado por la hiedra, imagen que presentó hasta su última rehabilitación en el año 2009, está situada en el pueblo de Dosango perteneciente al concejo de Santo Adriano. Este pueblo, unido a Quirós hasta el punto de que sus habitantes reciben sepultura en el cementerio de la Iglesia de San Antonio de Pedroveya, guarda celosamente el secreto misterio de su torre.
Puede que hasta aquí llegara la extensión del Coto de Peñerudes, y que la Iglesia y la Torre estuvieran dentro del mismo. Si bien no hay datación cierta de su construcción los primeros datos documentados que llegan hasta nuestros días hablan de que D. Lope Hurtado de Mendoza y Figueroa quien fuera fundador junto con otros estudiosos de la época de la Real Academia de la Historia, figura como señor de la casa y torre de Dosango (Asturias), junto a los de señor de la casa de Arraya en Burgos y de la casa Usavel de Arratia en Alava. La tradición oral popular, no obstante, sitúa muchos siglos antes la existencia de esta torre, en concreto, enlazando con la presencia de los moros en Valdolayés. Una canción popular dice:

Y dice la mora que
«en la Torre de Dosango
dejo enterrados mis cencerrejos
que valen más que 7 concejos»

La torre, que se levanta en la confluencia de cuatro concejos, tiene unas impresionantes vistas que avalan un primer uso original como torre de vigilancia y que de conservar su primitiva altura, unos dos metros y medio más, permitía a sus moradores tener a su alcance toda la zona.
Durante mucho tiempo este lugar fue conocido como Casa Conceyo, por lo que se cree que en algún momento fue propiedad municipal utilizándose como casa de reunión. Hasta allí acudían los regidores de Santo Adriano y de los vecinos concejos de Morcín, Quirós y Proaza para repartirse los pastos de esta zona. En la actualidad y tras más de un siglo destinada a cuadra, la familia propietaria la ha convertido en un alojamiento de turismo rural.
Este edificio, catalogado como bien de interés cultural del concejo de Santo Adriano siendo alcalde José Ramón Menéndez Suárez, pasó a sus actuales dueños a finales del s. XIX. «Mi abuelo Sabino García se lo compró a dos hermanas mayores que eran las dueñas en aquel momento y lo tenían parado» cuenta Marisa García. El abuelo de Marisa fue el comprador de una propiedad que tenía dos plantas diáfanas de unos cuarenta metros cuadrados y que «en aquel momento la techumbre ya presentaba mal estado, pero no fue hasta 1926 que se cayó cuando se decide bajar de altura la torre. La parte de arriba se usaba como pajar, pero la última altura de la torre no era operativa para almacenar hierba, por lo que se rebaja la altura hasta el aspecto actual».
Este edificio, que hoy conserva la estructura a cuatro aguas en el tejado, el arco de la puerta, alguna ventana y los símbolos religiosos encima de lo que era la entrada a la cuadra que se colocaban precisamente para proteger al ganado, tenía escudo. En una de las remodelaciones de la casa, Marisa le preguntaba a su padre Eliseo García que fue alcalde de Santo Adriano despues de la guerra cuál sería el destino del escudo. «Él, que por entonces tenía unos trece años, contaba que cuando se bajó de altura el edificio se aprovecharon muchas de las buenas y grandes piezas que se retiraron y, entre ellas, el escudo, que se bajó con mucho cuidado para que no rompiera y se trasladó en una carriella, junto al resto de estas piedras están repartidas en los cerramientos de las fincas colindantes, por lo que quizás algún día aparezca mientras se repara uno de estos muros.»
Guarda pues el solano pueblo de Dosango la historia de su Torre como quizás custodia la torre el tesoro que dejó la princesa mora en su interior. Mientras, llegar a la Casa de la Yedra que ya no tiene hiedra, supone al visitante un viaje al pasado y el descubrimiento de un paraje en el que la primavera está ya en su esplendor.

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