Publicado el: 14 Dic 2017

Utopías

Por Juan Carlos AVILÉS

No saben que es el Black Friday, ni las rebajas de El Corte Inglés, ni casi que existen otros mundos más allá de ese. Alucinan cuando les dices que en España se vende comida para perros y que en lugar de a viva voz nos comunicamos por ‘guasap’. Ni en la tele, ni en la calle, hay anuncios de cosméticos ni de nada, sólo propaganda revolucionaria, y no se alimentan de otra cosa que de arroz, frijoles, pollo, pescado y fruta de temporada. También se ignora si la ‘guagua’ de las doce va a pasar a las 11:30, a las 12:45, o si va a pasar. Pero cuando te mueves por la Habana Vieja en un ‘almendrón’ de los cincuenta que suena como una cafetera en ebullición y te empapas de esa sinfonía de colores y de cuerpos salseros, a punto de reventar de tanto azúcar, te das cuenta de que estás en el puto paraíso. Y de que, como dicen los sabios, no es más pobre el que menos tiene sino el que más necesita. Te llena de gozo ver a los guajes, impecablemente uniformados, salir de las escuelas o las universidades; conversar, sin barreras culturales, con cualquier paisano/a; pasear de noche o de día por los lugares más inhóspitos con la mayor tranquilidad. Y, por supuesto, saborear el mejor mojito y el mejor café del mundo entre gente animosa, cortés, próxima y tremendamente solidaria a la que no le falta nada de lo imprescindible. Seguramente ni lo que los europeítos, de una manera superficial y bastante cuestionable, llamamos libertad.
Cuando mi santa me propuso ir a Cuba me dio mucha pereza, sobre todo por las diez horas metido en un tubo que, por mucho que esté todo pensado (o precisamente por eso), no sabes por qué vuela. Pero confieso que me embargó la curiosidad, como a ellos los vecinos americanos, porque había oído de todo y la mayoría chungo. Y sin embargo he regresado con la sensación que haber convivido (nada de hoteles ni playas de moda, solo en casas cubanas) con una sociedad-milagro que a pesar de las disidencias, y de que han de afrontar algún tipo de transición nada fácil, sigue venerando sus casi sesenta años de utopía envuelta en el bendito sol de la mañana. Telita.

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