San Valentín, 15 siglos de impostura

Por Plácido RODRÍGUEZ

Llega el 14 de febrero, una fecha que se aferra al calendario como los percebes a la roca donde rompen las olas, una fecha en la que los chamanes de la sociedad de consumo buscan enamorados en los centros comerciales como los tiburones carne en los océanos. Llega San Valentín, un pupurrí de amor y cursilería romántica con un pasado de lujuria salvaje, las Lupercales, en las que se practicaba sexo de una forma desenfrenada; una especie de terapia de choque pagana para iniciados con la que superar vergüenzas y miedos que pudieran interferir en las prácticas carnales tan disolutas como extendidas en la antigua Roma.
Se cree que la fiesta oficial se celebraba en la gruta en la que una loba llamada Luperca había amamantado a los fundadores de Roma, Rómulo y Remo. Los mozos salían en pelota picada por las calles fustigando a las mozas con unas correas de piel que simulaban el falo masculino. Ante este panorama de descontrol y lascivia, la Iglesia Católica, que era incapaz de convencer a los romanos que abandonasen el lado pecaminoso de las Lupercales, las prohibió, imponiendo, en “substitución” de éstas, una celebración más espiritual y menos depravada. De esta manera el Papa Gelasio I decretó, allá por el siglo V, que el 14 de febrero se conmemorase a un santo cristiano, un tal Valentín, martirizado hasta morir por los romanos dos siglos antes.
Al parecer San Valentín fue un cura que hizo méritos casando cristianos cuando el cristianismo estaba aún prohibido: sirva de prueba la transcripción del diálogo de una pareja de enamorados de la época que iba acompañado con música de lira.
Cristiano —Mi dulce flor, mi alegría, no puedo vivir sin ti. Yo te daré el alma mía si nos casamos aquí.
Cristiana —¡Huy! Eso no puede ser, nos persiguen los romanos, ya no quedan sacerdotes que se brinden a casarnos.
—No te aflijas hoy por eso, pues me he enterado que hay uno que nos casa en un momento, si lo crees oportuno.
—¿Y nos casará en secreto? ¿Quién es ese loco pues? Mira que si no es discreto, nos matarán a los tres.
—Valentín es el osado, más no teme a los romanos, pues el hombre está cansado de casar muchos cristianos.
— ¿Y no teme por su vida…?
—Ni teme ni se suicida. Si es Valentín es valiente y el temor el bien lo ignora, donde quiera que se encuentre, que venga y nos case ahora.
—Pues que venga de inmediato y nos una para siempre, y a no ser que un mentecato se lo chive a los romanos, mantendremos el mandato y esta tarde nos casamos.
—Y yo te querré hasta el fin. A Dios pongo por testigo, y será San Valentín nuestro cura y nuestro amigo.
—Y el que en años venideros festejará mucha gente, nuestros hijos y herederos. ¡Viva Valentín por siempre!

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