¿Qué nos pasa doctor?

Total pa ná

Por Juan Carlos AVILÉS

“¡Que pare el mundo, que me apeo!”, dirá más de un espíritu mansurrón ante semejante disloque universal. Basta con asomarse a la tele, o a los diarios, o simplemente a la ventana, para que el desaguisado te cale los huesos, y el alma, aterida, se encoja como el pescuezo de un caracol: niños descerebrados acribillando a colegas del instituto; hinchas machacándose a palos en los aledaños de los estadios; adolescentes grabando con sus móviles palizas propinadas a sus compañeros; mujeres asesinadas por hombres acorralados en su propia arrogancia y estupidez; curas pederastas; parricidas sanguinarios; políticos embriagados por la codicia y el poder; acosadores de toda edad y condición; criaturas desaparecidas y eliminadas en las más viles circunstancias; negros con cara de espanto cuyo único asilo son las fauces marinas; guerras de religión; religiones sin paz…. ¿Estamos más locos que antes? ¿Las sociedades se pudren sin remedio? ¿El mundo se va al carajo? ¿Qué nos pasa, doctor?
Pero aún más dramático que las páginas de sucesos, obsesos y decesos es que nos estamos acostumbrando a ellas. Aún peor, nos alimentamos de ellas mediante ese demonio inmune a conjuros y exorcismos que se llama morbo. Las miserias de los demás esconden nuestras propias miserias, y eso lo saben los editores de periódicos, los propietarios de las cadenas de televisión, los depredadores anónimos de las redes sociales y hasta los obispos. ¿Somos peores que antes o estamos más informados y deformados que antes? ¿Nos hallamos suficientemente preparados para procesar tamaña carga de abyecciones y defecciones sin contagiarnos inevitablemente? ¿Existen suficientes guardianes y administradores de la cordura, la ética y el buen criterio para cortar el mal desde su raíz o al menos que no nos alcance? ¿Dónde está la raíz? ¿Dónde están ellos?
La sociedad de la comunicación produce monstruos. Los grandes líderes y los modelos de vida y pensamiento supuestamente ejemplares están ocultos o eclipsados por oleadas de mediocridad y hordas de sinsustancias convertidas en ejemplos a seguir y con más peligro que una caja de bombas para los más vulnerables: niños, jóvenes y toda clase de indocumentados, que somos legión, con lo que la propagación del virus está garantizada. Pero mientras se inventa el utópico antídoto para esta creciente pandemia, se me ocurre colgar este cartel en la puerta de casa: “A mí, dexáime”.

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