Cuentan que a mediados del siglo XXI, en una localidad de un desgastado país llamado España, un avispado alcalde tuvo la idea de revitalizar la economía de su pueblo proclamando un santo. Seguro pensó que en lugares como Lourdes o Fátima la afluencia de foráneos había contribuido a mejorar los ingresos de sus moradores, así que decretó la aparición de la Virgen.
La persona elegida fue un conocido exfutbolista local que deambulaba por los parques dando de comer a las palomas mientras les explicaba la debacle del universo. Tan escaso de carnes como de higiene corporal, tenía la parte superior de su cuerpo cubierta por una maraña de pelos y barbas, tal como si hubiese mutado a una especie de fregona primitiva e invertida. Bien por los aspavientos que realizaba, quizá por el hedor que profería, tal vez por el simple distanciamiento evolutivo entre aves y lo que semejaba ser un mamífero, el caso es que las palomas sólo se acercaban a picotear las migajas una vez que aquel engendro se había apartado de la comida, más preocupadas por llenar el buche que por el inminente colapso cósmico que les profetizaba.
Cuando la droga que le dieron surtió efecto, le cortaron la pelambrera, afeitaron, lavaron, perfumaron y vistieron con una larga túnica. Durante días bombardearon sus ojos con videos de fútbol entre los que intercalaron imágenes de una mujer que levitaba y le decía que las palomas eran seres hambrientos que deambulaban por el pueblo a la espera de la metamorfosis que los convirtiese en ángeles.
El plan surtió efecto: cuando aquel alucinado recobró parte de la consciencia, renegó para siempre del balompié y comenzó a cacarear con los ojos en blanco el mensaje de la Virgen. Acudieron gentes de toda la nación y el extranjero. Las televisiones se hicieron eco del fenómeno mediático, y se convirtió en clamor popular la construcción de un santuario. Fue en ese momento cuando el viejo debate de la nomenclatura recobró fuerza.
Quienes reivindicaban la tradición oral debatieron entre Ángelgrau y Ángelgrao. Los que aún perseveraban en el nacionalcatolicismo propusieron que el templo se llamase Los Ángeles de Grado. Varios nostálgicos del espíritu bolchevique dijeron que Ángel de Stalingrado. Alguien con ascendencia euskera sugirió que fuese Ángel de las Vascongadas. Ángeles de Prámaro o Moscolandia fueron otras de las muchas denominaciones postuladas para asentar el santuario.
Y el tiempo pasó sin que se pusieran de acuerdo. Y el debate de la nomenclatura fue aumentando y se impuso a la epifanía de la Virgen, hasta que en un pueblo cercano copiaron la idea sin tantas disquisiciones.
Hoy la gente peregrina al templo de los Ángeles de Pravia, ubicado a unos veinte kilómetros del pueblo conocido como “el de los 100 nombres”.
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