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Rumbo a ninguna parte

Por Juan Carlos AVILÉS

Anoche tuve un sueño chungo. No sé si me sobraba el edredón, que aún no me he atrevido a desterrar del todo y sudaba como un pollo, o que me pasé con la cena. El caso es que me encontraba atrincherado en una patera con un centenar de personas hacinadas en su encharcado interior donde se mezclaba el agua salada con los orines y vómitos. Niños con el horror plasmado en sus caras; madres aferradas a bebés tal vez dormidos, o tal vez no; hombres tratando de encontrar en sus destartalados móviles alguna forma de hallar un rumbo, de reorientar la deriva o de lanzar un SOS improbable en aquella noche oscura como boca de lobo o como aquellas perturbadas aguas que bajo nuestros maltrechos cuerpos nos transportaban a dios sabe dónde. Desperté cuando un adolescente empotrado en mi costado empezó a convulsionar con los ojos desorbitados y perdidos en el infinito. Y el infinito y la angustia me envolvieron junto con ese amasijo de algodón aferrado a mi empapada piel blanca y privilegiada, sobre una mullida cama y en la acogedora habitación de una confortable casa repleta de comodidades. Patera o cayuco, sirios o subsaharianos, huidos de la guerra o de la desesperanza. No lo tenía claro. Pero sí que aquella caterva de desheredados de la fortuna eran personas como tú y como yo, con sus anhelos, emociones, sentimientos y derechos. Eso sí, con una suerte perra alentada por el odio, la miseria, el hambre y el dolor que ellos no habían elegido, como tampoco haber nacido en esa parte de un mundo de la que trataban de zafarse o palmar en el intento. Total, daba lo mismo.
En estos días hemos vivido episodios angustiosos de refugiados en busca de un horizonte mejor, igual que mis fortuitos compañeros de viaje, mientras países supuestamente civilizados cerraban sus puertos y sus puertas. Nadie quiere “despojos humanos”, como los califica el impresentable ministro italiano Salvini. Y también muchos, entre ellos mi gente y yo, hemos intentado ofrecer nuestra casa como alojamiento de alguno de ellos. Pero, sencillamente, no se puede porque no hay acuerdo entre los Estados europeos que lo permita. Eso sí, se admiten toda clase de donaciones vía oenegés. Así que, mientras los gobiernos se entienden—que ya es raro—o se humanizan habrá que seguir esperando para hacer algo decente y que no nos convierta en sus cómplices. Y remando, claro.

 

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