El deseo

Por Juan Carlos AVILÉS

No es la productora de Pedro Almodóvar, aunque también podría serlo. El deseo es un reclamo interior que nos acompaña desde que asomamos al mundo hasta que nos apeamos de él. Pero es mucho más, es el motor que nos empuja, el impulso que nos alienta y la voluntad que nos conduce a los más nobles y enriquecedores anhelos o a las actitudes más abyectas y despreciables, que la humana condición da para eso y mucho más. Se puede desear que al compañero de curro le vayan las cosas de rechupete o que le atropelle el camión del butano nada más salir de la oficina. Se pueden desear las buenas noches o que te tragues la campanilla en un fatal ronquido, que deje de llover o que te parta un rayo, la paz universal o a la vecina del tercero izquierda. Todo es, y todos somos, un permanente, desquiciado o irreprochable deseo que suele dulcificarse cuando se manifiesta y verbaliza o emponzoñarse hasta el límite al urdirse en lo más recóndito de la entraña mientras los dientes apretados impiden que aflore al exterior. Mansedumbre o ira reconcentrada. Venturosos deseos o deseos inconfesables. Pero es con lo que nos movemos, con lo que amamos y odiamos. Es lo que hay.
Acabamos, o estamos a punto, de rebasar las fechas de los refulgentes y edulcorados deseos, de las esplendidas cuentas de resultados de los almacenes físicos y virtuales, del desparrame de sonrisas, viandas y espumosos animados por músicas celestiales y aluviones de mensajes que nos invitan a la felicidad mediante el despilfarro o a la seducción por la fragancia de aromas irresistibles y afrodisiacos. Bien está si bien nos parece, y parece que nos parece bien. Bienvenidas la luz y la alegría, aunque sea a través del artificio, si al menos durante unos días nuestros mejores deseos afloran a borbotones sin dar tregua al bichito que llevamos dentro. En definitiva, a diferencia de los sueños, los deseos son más del día a día, más nuestros, más reconocibles, más de andar por casa. Deseemos, pues, a diestro y siniestro. Pero cuando dilapidemos la extra y nos vistamos de nuevo con el traje de la cotidianeidad, ojalá que entre los buenos propósitos del nuevo año –además de lo del gimnasio, la dieta y dejar de fumar– se encuentre el aprender a desear, a administrar bien los deseos o, en caso extremo, a desear desear. Es lo que os deseo, de todo corazón, para este nuevo tramo de calendario que se nos avecina

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