En el fallecimiento de Juan Álvarez Menes
Por Casimiro ÁLVAREZ
Todo Quirós está de luto, y Proaza y Teverga…, porque hemos perdido a Juan Álvarez. Quirosano de Ricabo afincado en México desde que era un chaval, que con una mano delante y otra detrás emigró a tierras tan lejanas para ganarse la vida. ¡Y vaya como se la ganó!.
Sin valedores o familiares que lo ayudaran, trabajó de manera incansable y honrada en lo que se presentaba, hasta que su demostrada valía le abrió importantes puertas a trabajos de más responsabilidad, antes de establecerse por su cuenta en el Restaurante Covadonga, que desde entonces se convirtió en la referencia gastronómica y cultural de la capital mexicana. Así lo describía no hace mucho un periodista local: “vieja cantina española de cabecera, fuente infinita de parrandas memorables, expendio de la mejor paella valenciana (y se le olvidaba la excelente fabada asturiana, de la que Juan tanto presumía) y conjuras políticas sobre diminutas mesas con reposabotellas. Sin él, a la zona le faltaría un considerable tajo de alma”. Por sus mesas pasaban mandatarios de la república, políticos con puestos importantes en la administración, periodistas, financieros y famosos de todo tipo. Precisamente hace unos días hablábamos de su relación con el actual presidente mexicano, López Obrador.
Cuando vienen a la Senda del Oso turistas mexicanos, acostumbro a preguntarles si conocen a Juan Álvarez del Restaurante Covadonga y de manera general la respuesta siempre es afirmativa. Juan es todo un personaje en México DF y su restaurante un lugar emblemático. Pero él nunca se dio importancia.
Siempre que podía se escapaba durante algunos días a su casa de Ricabo, los primeros de los cuales dedicaba ineludiblemente a saludar a familiares de otros españoles residentes en México, y a todos sus amigos. A partir de ahí, recorría la comarca sin prisa, charlando por los chigres y restaurantes con un puro en la boca e invitando a todo el mundo. Conocía por su nombre a todos los vecinos de Quirós, incluidos los chavales jóvenes, y a la inmensa mayoría de Proaza o Teverga. A pesar de llevar toda una vida en México, su segunda patria a la que quería tanto como a España y la tierra de su hijo David, conservaba con orgullo el acento quirosano.
Generoso sin límites ayudó a todo aquel que algo necesitó de su entorno; familiares, vecinos, amigos, parroquianos, asociaciones, etc., con dinero o a través de sus relaciones personales con personajes relevantes. En cada uno de sus viajes a España gastaba una fortuna ayudando y agasajando a su gente, que afortunadamente su talento le permitía generar con cierta facilidad.
Vivió con gran intensidad exprimiendo la vida al máximo, y haciéndonos felices durante un rato a quienes compartíamos con él mantel o divertidas tertulias. Conversador infatigable, parrandero inimitable, cantaba asturianadas o corridos mexicanos de manera envidiable, que al final nos rendía a todos con una fortaleza difícil de explicar en alguien que había sufrido numerosos accidentes gravísimos, que varias veces pusieron en grave riesgo su vida.
Pero al final fue una fortuita y absurda caída delante de su casa quién le ocasionó la muerte. Aunque en mi afán inconformista no dejo de preguntarme si la sanidad asturiana estará realmente al nivel que nos quieren hacer creer; me cuesta tanto creer que una lesión de la espina dorsal, que no seccionó la médula, aunque la haya dejado aprisionada por la inflamación, puede desencadenar tal serie de sucesos negativos sin que nadie los pueda atajar. Yo, desde luego esperaba otra cosa. Aunque pensándolo bien qué se puede esperar de un sistema que ha dejado de cubrir el enorme costo de algunas e importantes vacunas infantiles, que está empujando a muchos padres a dejar de vacunar a sus hijos, por dificultades económicas.
Quirós ha perdido a un vecino ilustre, su hijo David a un padre, maestro y amigo insustituible, y sus amigos a un ser querido e inolvidable.
Adiós amigo.
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