Por Mary Canto

Ayer recibí con tristeza la noticia de que Libertá se había ido para siempre.

Libertá y su familia  llegaron a formar parte de mi entorno más cercano hace ya algunos años. Ramonín, su hijo, fue quien por primera vez nos llevó allí.

A  partir de ese momento se forjó una relación de cariño mutuo.

Íbamos a verla y nos recibía con aquella sonrisa y aquella mirada limpia que nos cautivó desde el primer momento.

Después “Liseo”, como ella lo llamaba, nos dejó y la violeta africana, que le había regalado como símbolo de energía de recuperación, también se marchitó.

Yo continué mi relación con Libertá. Me encantaba escuchar  sus historias de vida. Una vida dura, que pasó por una cruel guerra civil y una postguerra plagada de penurias y problemas. No solo de intendencia sino también de ideología.

Me contaba cómo de pequeña le había salvado la vida un barreñón que su padre le había comprado para ir al lavadero. En uno de aquellos viajes le había pillado un bombardeo de la aviación y el pequeño balde había hecho de parapeto para la metralla.

Mil historias que yo escuchaba embobada mientras ella doblaba una servilleta de papel con aquellas manos que hablaban claramente de la dureza de su vida.

Cuando ya no la dejaban trabajar, sus ganas de echar una mano a veces acababan en algún accidente doméstico; como el día que llegué y la encontré con una mano vendada.

-¿Qué te pasó Libertá?

-Nun fue nada. Manqueime un pouco.

Al oír eso salían sus hijas Mari Paz y Viri a contar que casi había llevado la mano con un cuchillo al ponerse a deshuesar una pieza de jabalí sin decir nada a nadie.

Ella me miraba con una sonrisa picarona y pasaba a otro tema.

Si alguien venía a mi casa de visita y querían que los llevase a algún sitio interesante, yo siempre los llevaba a ver a Libertá.

Libertá era una apuesta segura. Yo sabía que iba a enamorar a cualquier persona que la escuchara. Y así era. Todo el mundo marchaba encantado de aquella visita. Como mis amigos valencianos, Sofía y Raúl, que una de las visitas obligadas cuando venían a Asturias era ir a ver a Libertá.

En los últimos tiempos, cuando ya no le era posible casi bajar al bar, seguía siendo “el ama”. Su fuerza siempre estaba allí. Como seguirá siendo en el futuro.

Su impronta no dejará de impregnar Ca Libertá.

Mañana compraré una violeta africana y estoy segura de que en el Olimpo de las almas buenas se dibujarán dos sonrisas.

Redacción

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  • Esa niña q se negaba a q las monjas le cambiarán su nombre, LIBERTA q fuerza y grande ha sido

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