El equipo del centro de día de personas mayores de Grado cuida a 28 personas con programas personales, alegría y cariño
L. S. Naveros / Grado
Comida casera (el centro tiene dos cocineras, María Jesús y María del Mar, que fue modista y en Carnaval ayuda a hacer los disfraces), un ambiente limpio y luminoso, atención, estimulación y cariño. Esto encuentran en el centro de día de Grado las 28 personas, todas mujeres y un hombre, que acuden diariamente a este servicio. La clave, el buen ambiente del equipo, que está dirigido por Estrella Vega y que une profesionalidad con implicación personal, para hacer que las personas que están a su cuidado “mantengan al máximo sus capacidades y vivan en el presente, disfruten cada día”, señala la psicóloga del centro, Diana Arrojo.
Para conseguirlo no escatiman trabajo y creatividad. Como ocurre con Copito de Nieve, un gato de juguete que mueve la cabeza, las patitas y la cola. Era de las hijas de Estrella Vega, que conociendo los efectos positivos de aplicar la robótica a las personas con deterioro cognitivo, como Alzheimer, decidió llevarlo al centro. “Para robot no tenemos, pero traje el gato para probar y ha sido todo un éxito”. Teresa González, que este mes coordina el equipo de auxiliares de enfermería que trabajan en el día a día con las usuarias, asegura que “algunas creen que el gato es de verdad, y otras, que tienen un buen nivel cognitivo, aún así se dejan llevar por la sensación de que es real. Le cuidan, le peinan, y las tranquiliza”. Hay cinco auxiliares, que son tutoras de entre cinco y seis pacientes cada una, “para llevar cada caso de forma personal y mantener el contacto directo con los familiares”, aunque trabajan con todas las usuarias. Procedentes de la villa y de la zona rural de Grado (hay además una vecina de Candamo y otra de Las Regueras) llegan al centro después de que sus familias o los Servicios Sociales lo piden, o derivadas por su situación de dependencia. El centro cuenta con una terapeuta ocupacional, Cecilia Paz, que también trabaja en el centro de día de Proaza. Ella diseña un programa personalizado de ejercicios y estimulación para cada usuaria. La psicóloga, Diana Arrojo, se encarga del desarrollo cognitivo, también con intervenciones personalizadas que aplican, con las pautas dadas para cada usuaria, las auxiliares.
Las personas que acuden al servicio están divididas en tres grupos, identificados con colores, según su nivel cognitivo, y también según sus afinidades y amistades, porque el objetivo es “que se sientan bien, que estén a gusto”, afirma Vega.
Cuando llegan lo primero que hacen es una gimnasia ligera, para calentar las articulaciones, y luego “orientación”, para “anclarlas al presente”: todas tienen un calendario, donde ponen el día, la hora, la estación, y luego les leen el periódico, para que estén enteradas de lo que pasa. Luego llega la hora de las terapias personalizadas, con sus tablas de ejercicios, o los tratamientos de rehabilitación que necesitan. Hay también estimulación cognitiva, y muchas actividades: tienen un coro, con los niños del Bernardo Gurdiel, “y cantan muy bien, sobre todo porque les encanta”, cuenta su directora, la auxiliar Katy Fernández. Tienen una huerta, un taller de jardinería, otro de lectura, otro de conversación. Hacen excursiones, y ahora han diseñado “microexcursiones” para las que están más limitadas en su movimientos. “Estamos atentos a sus historias de vida, para que lo que les podemos ofrecer tenga relación con sus intereses”, relata Cecilia Paz. El trato y las actividades con los escolares de Grado están dando un resultado magnífico. “Los niños quieren venir porque lo pasan bien, hacen cosas interesantes y aprenden”. El próximo taller, uno de hacer pastas de mantequilla, y las cajitas para guardarlas. “A los niños les da valores, y a los mayores, alegría”.
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