Semaneos

Por Juan Carlos AVILÉS

“En agosto, torta al rostro”, dice el sabio refranero popular, no sé si por las bofetadas de calor con las que el astro rey se desquita del mal uso que hacemos de él como fuente natural de energía, o por los palos que te atizan en los chiringuitos de la playa saltándose a la torera el equilibrio entre calidad y precio. Pero es la gran oportunidad, que no vuelve a repetirse a lo largo del año, de “hacer el agosto”, ¡y viva la Pepa! El caso es que, con sus más y sus menos, sus dimes y diretes y sus desarreglos climáticos, de haber algún verano sin duda es éste, y precisamente en este mes en el que, casi por decreto ley, España entera cuelga el cartel de “cerrado por vacaciones” y las compañías aéreas aprovechan para despegar sus reivindicaciones a los cuatro vientos. Y aquí paz y después gloria.
“Oiga, joven, ¿podría echar a un lado el cubito del nene para colocar la sombrilla?”, dice la paisana con gesto de reproche. “¡Eh, usted, no se cuele que llevamos aquí seis horas para coger mesa!”, apunta indignado un señor con unos horrendos bermudas de colorines. “Mamá, ¿cuándo llegamos?”, reclama el guaje deshidratado embutido con la family en un atasco de veinte kilómetros. “¿Aquí tienen wi-fi, o vamos a tener que hablar?”, espeta un adolescente forzado a viajar con los papis… Pero no hay que alarmarse. El ‘semaneo’, que es el veraneo del pobre, o sea, el de la mayoría de nosotros, ha llegado para quedarse. Y con él la ansiada desconexión, el merecido descanso, el democrático planazo universal de “yo me como unas gambas, como el que más”.
Los millones de veganos, vegetarianos, celiacos, alérgicos al polen, las gramíneas o el tabaco de liar, viajantes con mascota o con suegra (salvando las distancias), que andan buscando su lugar en el mundo para trazar ese paréntesis con forma de patito hinchable y camiseta de Dior del chino ya están, por fin, en su lugar soñado. En la costa, luciendo la tableta del gimnasio, o en la montaña, ataviados de Quechua de los pies a la cabeza. O a tomar por saco, en un país lejano atiborrado de mosquitos. Ya tienen qué contar a la vuelta al curro, aun con el alma encogida por cambiar el “¿a dónde vas?” por el “¿dónde has estado?” Pero mereció la pena y, en definitiva, quedará un día menos para la siguiente y añorada escapada. Todo, menos quedarte plácidamente en casa, viendo una peli del Netflix, y disfrutando de una ciudad vacía y descontaminada. Vamos, como un señor.

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