Tesoros escondidos

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Esther MARTÍNEZ

Los lugares que no destacan por ningún atractivo conocido: artístico, paisajístico o patrimonial, suelen ser casi siempre los que están rodeados por otros, más visitados, más poblados, más anunciados en las guías, con lemas como “los diez destinos rurales más buscados” o “sitios increíbles donde perderse este otoño”. El concejo de Las Regueras, sólo por poner un ejemplo, que podría ser extrapolable a cualquier sitio, tiene de ventaja lo mismo que de inconveniente; el estar muy cerca de grandes y conocidos núcleos de población, a menos de media hora de la capital del Principado y a poco más de una de cualquier destino de los que sí se venden como turísticos. Todo ello podría suponer un incentivo, pero el estar a tiro de piedra de cualquier sitio se convirtió a lo largo de la historia, en algo negativo, cuando los peces grandes que lo rodean se comen al chico. El más pequeño es absorbido por los grandes y sus habitantes van incluidos en este proceso. En mi generación, cuando salíamos del pueblo a estudiar, a muchos les resultaba más fácil decir que eran de al lado de Oviedo, de Grao, o de Llanera, que pararse a explicar dónde quedaba Las Regueras, un lugar que no ofrecía a la vista de la mayoría, más aliciente que algún restaurante, próximo a la capital. Aún hoy en algún comercio o incluso en alguna administración pública, cuando te piden la dirección, siguen preguntando “Las Regueras, vale; pero ¿dónde pertenece?”. Los ofendidos regueranos intentan explicar que es un concejo independiente, que seguro que oyeron hablar de la buena gastronomía, para terminar su interlocutor diciendo que si tienen ayuntamiento, para mayor despropósito. Este año después de los sucesos acaecidos, y que llevaron a una obligada vuelta a las zonas rurales, primer destino en el top de la desescalada, después de poner a punto las huertas, haber ordenado todos los desvanes, y llamar compulsivamente al servicio de recogida de enseres municipal, se dedicó mucho tiempo a recorrer montes, prados y caminos, en algún caso con algún bastón reconvertido en foceta, para apartar la maleza, y descubrir con asombro que en su propio territorio había puentes colgantes, cascadas, humedales, vértices geodésicos, minas abandonadas, fuentes, montes y hasta meandros con balcones de madera. Y para completar el paisaje, durante varios días se mostraron los hallazgos de la última campaña de la excavación de la villa romana de La Estaca. En el pack, naturaleza, arte e historia. ¡Oh cielos, pero que a veces recorremos cientos de km. y mira qué cerca estaba esta maravilla!, exclamaban algunos vecinos, desenfocando los planos lejanos para dar preeminencia a lo más cercano. Pues así poco a poco y de boca en boca, los pequeños tesoros naturales y patrimoniales corrieron como la pólvora por las redes sociales, hasta llegar a hacer senderos naturales a fuerza de pisadas, que llevaban por ejemplo a una cascada, rodeada de profusa vegetación, con enigmático Buda en lo más alto y unas piedras que las distintas horas de luz del día, convertían en una gama cromática digna de cualquier obra de arte impresionista o incluso de algún artículo de la Lonely Planet. Llegados a este punto, empezaron los temores, y acechaba el miedo a que estas tierras semivírgenes se convirtieran en pasto de turistas ávidos de nuevas aventuras. No es infundado el temor a que la llegada masiva de visitantes acabe por perturbar la paz, viendo que este verano fue la queja generalizada de quienes sufrieron el desorden del turismo rural mal entendido y a veces peor gestionado. Pero hay algo que se puede analizar en esta nueva forma de uso y disfrute de espacios olvidados durante años, a partir de opiniones para todos los gustos; que lo mejor era no dar publicidad, y no compartir tantas fotos de los entornos que se iban sacando a la luz, sino preservarlos sólo para el uso de los vecinos, ya que luego vendría el problema de las basuras, de lo que se estropeaba la carretera, o que sí; que había que mostrarlo todo aunque fuera nada más que para presumir que lo nuestro también vale. Sin embargo hay un dato que sorprende, y es que el 90% de la gente que se interesó por conocer la ubicación de los sitios mostrados en las fotografías fueron los propios habitantes de Las Regueras, pues muchos desconocían su existencia. ¿Cuál puede ser la explicación? Pues que con lo cerca que queda la playa o alguna senda famosa, para qué complicarse entre la maleza. O quizá sea otra la razón más seria y lamentable: que no se tuvo del todo ese el sentido del querer lo propio, por ese complejo de algunos de que lo mejor siempre está fuera y puede ser que no se inculcó en el imaginario popular que además de las fiestas y eventos sociales, conocer el propio patrimonio es importante para la reafirmación de la comunidad, para construir la identidad como pueblo y fortalecer el arraigo. Una fotografía de estos días de un grupo de visitantes a la excavación de La Estaca, con un rebaño de vacas frisonas pastando sobre los restos enterrados de una iglesia y un cementerio medieval, parece indicar que aún es pronto para considerar el turismo un factor primordial en el devenir de este concejo, más bien hace prever que conocer lo que nos rodea, mostrarlo y difundirlo, no estará nunca reñido con el recurso por excelencia del medio rural, el agroganadero. Que el turismo deberá ser un complemento, y seguramente tendrán que surgir en este nuevo tiempo, iniciativas distintas y novedosas, pero que al final, el concejo será lo que queramos los vecinos y para ello aún queda por desgracia, mucha pandemia para reflexionar y mucho por investigar y sacar a la luz. Lo que está claro es que turismo y desarrollo rural siempre deberán caminar por las mismas sendas, aunque primero haya que desbrozar bastante.

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