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La vida y la muerte

Loli GALLEGO

En el momento de nuestro nacimiento dos situaciones nacen al mismo tiempo, son la vida pero acompañada de la muerte; así como la vida la conocemos de inmediato, la otra no sabemos cuándo llegará. Pensando sobre esta dicotomía escribo la historia siguiente. Noviembre, mes triste, mes de las ánimas y del Tenorio; noviembre donde las hojas muertas dejan desnudos a los árboles, solo con su armazón cual esqueletos. Pues bien, fue en este mes el hecho que relataré. Era el día de Difuntos, había amanecido como un clásico día de otoño, gris y con una niebla que ocultaba los prados y las montañas. Las campanas doblaban con el clásico sonido lúgubre y monótono del día las ánimas; los fieles iban poco a poco llegando al cabildo de la iglesia, que era el único edificio que sobresalía entre la niebla, con su color blanco recién pintado. Era a mediados del siglo pasado, aún se recordaban los horrores de la guerra; aún el miedo hacía que se hablara siempre mirando de soslayo, por si alguien podría oír. La mujeres enlutadas y con la cabeza tapada por el velo, los hombres en traje de domingo y cubiertos con la boina. Daba la impresión de un desfile fantasmal, todos en silencio. Éste era tan denso que cuando una voz resonó con un grito en el claustro todos se estremecieron. Se detuvo la campana en su lúgubre sonido, todos temblaron y miraron a la joven, de pelo y ojos negros, que descompuesto el rostro gritó: “Me he encontrado con la muerte, me miró y me dijo que hoy me vendría a visitar”. Un estremecimiento recorrió a los presentes, el silencio se hizo más espeso; la miraban asombrados y en sus miradas había miedo. De entre todos surgió un joven que le dijo: “entra en la iglesia, allí donde todo es gracia, todo es amor, quizá ante todo esto no se atreva a llevarte aún”. Se separaron las personas para dejarla pasar, abrió la puerta y entró en el templo. Dios estaba allí. Se refugió en la oración y en la contemplación. Pasó el tiempo, pensó que estaba a salvo, creyó que era el verdadero refugio, fue ganando confianza. El peligro había pasado, se recompuso; las campanas habían dejado de sonar y tal parecía que la niebla se levantaba y un tímido sol aparecía en el horizonte. Se animó, siguió rezando, pasaron las horas y la confianza volvió a su ánimo; pensó, “fue una visión, un mal sueño, un presentimiento extraño, un miedo por ser el día de los difuntos”, meditó, “creo que todo pasó, vuelvo a casa”. Salió de la iglesia, saludó al vecindario, que había estado esperando, la acompañaron hasta su casa. La confianza iba poco a poco ganando espacios en su mente. Por fin llegan a la casa y al entrar en el soportal se desprende una teja, que dándole en la cabeza la deja mal herida. Todos corren a socorrerla, rápido la llevan al hospital pero antes de llegar el fatal desenlace hace su aparición. La muerte había cumplido su palabra.

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