Ángela Grana, Angelina, ‘Mujer del Año 2021’ en Salas

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La conmovedora carta de su nieta, Susana Rodríguez, convenció al jurado para darle el galardón a esta vecina de Loreda, «la mujer más fuerte y luchadora que he conocido jamás»

Casada con solo 15 años con un hombre mayor, viuda joven, logró sacar adelante su casería y su familia, y ya mayor se sacó el carné de conducir, logró superar un cáncer y aprendió a pintar, su pasión desde niña

Ángela María Grana Menéndez, Mujer del Año 2021 en Salas

Redacción/Grado

Ángela María Grana Menéndez, Angelina, ha sido nombrada Mujer del Año 2021 en Salas, una decisión hecha pública ayer, 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer. La conmovedora biografía redactada por su nieta, Susana Rodríguez, fue decisiva para convencer al jurado sobre la distinción a «la mujer más fuerte y luchadora que he conocido jamás». Este es el relato de la vida de Angelina presentado por su nieta:

«Mi abuela Angela María vino al mundo el día 5 de noviembre de 1937 en la aldea de Loreda (parroquia de Doriga, concejo de Salas) en una tierra abatida tras la recién finalizada contienda en el frente norte de la Guerra Civil. Hija de labradores, su infancia transcurrió con muchas carencias a lo largo de la posguerra. A pesar de todo, ella recuerda aquellos días con la ilusión y el brillo en los ojos de la niña que fue, en su caso durante muy poco tiempo. Por aquel entonces, los niños también tenían que trabajar en las tareas de la labranza y había mucho que hacer, pero la maestra de Doriga siempre animó a sus padres a que la niña se escapara cada día unas horas a la escuela, pues era muy aplicada y estudiosa. Le gustaba mucho el arte, especialmente dibujar y lo hacía con mucha destreza siempre que podía en cualquier trozo inservible de papel o cartón que se le pusiera por delante (aun lo hace). En una ocasión, su maestra animó a sus padres a que la dejaran presentarse al concurso escolar de dibujo del Concejo de Salas y consiguió el primer premio. Fue un acontecimiento muy especial, pues vino con su maestra a la villa de Salas para ver la exposición de los dibujos y recoger su diploma. Sintió mucha pena cuando le dijeron, días después, que su cuadro había sido robado en la misma exposición. Recién cumplidos los once años, su padre enfermó gravemente y falleció días después estando ella y su hermana pequeña presentes. Aquella niña de trenzas, vestida desde entonces con luto riguroso lloró y lloró la pérdida de su querido padre y de toda su vida conocida hasta entonces, pues tuvo que trabajar cada día con su madre para sacar la casería adelante y sus sueños de volver a la escuela se volvieron lejanos. Pilar, su hermana pequeña era una niña enfermiza y poco podía ayudar. Los vecinos sentían lástima de ver el esfuerzo sobrehumano que hacía aquella niña para que su familia pudiese comer y echaban una mano cuando podían.
Cuando Angelina cumplió quince años, fue obligada a casarse con un hombre mayor para que trabajase las tierras de la casería. Ella se negaba a aquel matrimonio acordado y rogaba a su madre y a sus tíos que no le hicieran pasar por aquello, pero no lo consiguió. Una mañana lluviosa aquella adolescente enfundada en un traje negro de novia fue llevada ante el altar mientras veía como su madre se quedaba llorando en casa tras los cristales de la ventana. Mi abuela no tuvo tiempo ni ocasión de conocer el amor antes del matrimonio, pero su carácter responsable hizo que asumiera su nuevo estado como un deber. Afortunadamente su marido era un hombre comprensivo que con el tiempo se hizo querer. Tras el trabajo duro en la casería, en ocasiones iban juntos al cine o al baile, actividades que habían estado prohibidas hasta entonces a una chica pobre y sin padre. Un par de años después, mi abuela se quedó embarazada de su primer y único hijo, José Antonio, mi padre. Era un niño precioso y por fin se respiraba cierta calma en aquella casa, aunque esto no duró mucho. Mi abuelo también hacía trabajos temporales fuera de la casería para tener unos ahorros, pero una terrible tarde sufrió un accidente laboral en un arenero junto al río Narcea cerca de Doriga, falleciendo en el acto. Mi padre por aquel entonces acababa de cumplir los cuatro años y mi abuela se convertiría en una jovencísima viuda envuelta de nuevo en ropajes negros.
Ante su nueva situación, muchos la creyeron desvalida por ser mujer, le dieron consejos que no pedía y trataron de manejar su vida, de aprovecharse y de decidir por ella. Tal y como le sucedió a Penélope, no tardaron en llegar pretendientes indeseados, pues ella era preciosa. La diferencia es que en esta ocasión su “Ulises” no iba a volver jamás y las tierras de Ítaca debían seguir siendo trabajadas de inmediato para poder comer. En contra de lo que todos esperaban, mi abuela reunió las fuerzas que le quedaban y se empoderó haciendo frente a todos. Profundamente religiosa, se encomendó a Dios y a la Virgen del Rosario de Doriga y se prometió a sí misma que nunca nadie volvería a decidir por ella, que hallaría el modo de salir adelante sin la necesidad de ningún hombre en su vida, aparte de su pequeño hijo que era quien le daba las fuerzas para seguir. A partir de aquí la lucha por el sustento y la dignidad de su familia la libraría una mujer sola, resiliente, que fue capaz de aprender de su pasado y de crear su propio mundo dentro de un universo gobernado por hombres. Se volcó de pleno en su familia y su comunidad y nunca tuvo ninguna pareja más que mi abuelo. Angelina trabajaba de sol a sol. No sólo llevaba adelante la casería con las vacas, vendiendo la leche y los terneros, también bajaba todos los miércoles y los domingos al mercado de Grado (el más cercano a Loreda) a vender huevos, quesos de afuega’l pitu, y la cosecha de legumbres, verduras o frutas que recolectaba en cada ocasión. De camino a las fincas recorría todos los “paredones” buscando caracoles que también vendía. Hacía todo lo que fuese necesario para su familia, hasta la ropa, pues había aprendido nociones de costura con su hermana Pilar, que se había casado y vivía en Avilés. Mi abuela consiguió la autosuficiencia de su casa, sin conocer este concepto que hoy en día está tan de moda. Además, en aquella casa siempre hubo comida y refugio para quien lo necesitase, pues la generosidad es también una de sus grandes virtudes. Cuentan los vecinos que acogía a familias enteras de pobres y si no había sitio para dormir, ella se lo hacía hasta en los comederos de las vacas. Por aquel entonces, su hermana había tenido un bebé al que llamaron Angelín. Todo fue bien durante el primer año, pero luego el pequeño padeció una fuerte meningitis que le afectó de por vida. Ya nunca pudo hablar, ni manejarse con autonomía o cumplir las normas sociales. En aquel momento no existían apenas recursos para niños con estas necesidades y sufría mucho en la ciudad, pues no podían escolarizarle y se pasaba largas horas dentro de la casa. Mi abuela sintió la necesidad de hacer a su sobrino feliz y convenció a sus padres para que le dejasen sacarlo de Avilés y traerlo a Loreda para hacerse cargo de él. Ella no sabía de atención temprana a la discapacidad ni de terapias, pero con paciencia y mucho amor logró que Angelín riera y se comunicase con a su manera, casi solo con mirarse se entendían. Así fue como el mundo que creó mi abuela creció y se adaptó a la llegada de su sobrino, que vivió en libertad jugando con su hijo, alejado de los prejuicios de una sociedad no tan comprensiva en aquellos tiempos. Angelín falleció con 22 años y nos mira a todos desde el cielo. Una de las obsesiones de mi abuela era proporcionarle una buena educación a mi padre para que tuviese un buen futuro, ya que a ella no tuvo esa posibilidad. Decidió emplear sus ahorros en enviarle a un colegio privado donde poder continuar su formación siendo un adolescente. El esfuerzo para pagar esos estudios era máximo, llegando a pasar penurias y hacer mil remiendos, pero ella siempre decía que merecía la pena. Una vez acabada su formación secundaria, mi abuela siguió costeando con el trabajo en la casería los gastos de mi padre en Madrid, donde se formó para el cargo que desempeñó a partir de entonces en una compañía eléctrica. Ella se sintió muy orgullosa de ver por fin a su hijo con un buen trabajo después de tantas necesidades. Los siguientes ahorros que pudo hacer desde entonces, los empleó en ir comprando las fincas que había trabajado toda su vida y que pertenecían al Palacio de Doriga, pues su sueño era que por primera vez en nuestra familia pudiese haber algo realmente nuestro que pasase de generación en generación. Y esto lo consiguió una mujer sola, sin necesidad de beneficio, permiso o aprobación de ningún hombre. Mis padres se casaron y pronto llegaron los nietos. Yo fui la mayor y disfruté de una abuela tan joven y enérgica que incluso muchos confundían con mi madre. Ella seguía con sus vacas y trabajando la tierra y cuando vio que por fin podía pagárselo, fue a sacarse el carné de conducir para moverse más libremente y conducir un tractor. Me resultaba peculiar ver a mi abuela haciendo test y yendo a la autoescuela a Salas. Tan aplicada como siempre, aprobó a la primera.
Los años transcurrieron rutinariamente en Loreda, hasta que su madre querida y compañera de fatigas dejó este mundo, en paz y rodeada de su familia. Unos años después, comunicaron a mi abuela que sus vacas estaban infectadas de tuberculosis bovina y todas debían ser sacrificadas. Eso fue terrible para ella, porque además de ser su mayor fuente de ingresos, adoraba aquellos animales y lloró su pérdida con gran desconsuelo. Echando mano de su capacidad de superación, buscó la manera de seguir adelante y encontró un trabajo en la capital, donde fue muy querida y valorada. Tras diez años se jubiló y se dedicó a sus nietos, a sí misma y seguir haciendo algunas tareas de la casería en Loreda. Pero dicen que cuando alguien ha sufrido y se relaja, es cuando aparecen los males. Tantos años de lucha por los demás le pasaron factura, pues mi abuela enfermó y tuvo problemas de movilidad, por lo que finalmente fue a vivir con mis padres, aunque siempre que podía se escapaba, con en medio que fuese, a su querida Loreda. Padeció un cáncer muy duro con mucho tiempo de ingreso y rehabilitación tras una intervención complicada, pero nunca perdió la sonrisa ni la esperanza. Como todo en su vida, lo luchó y lo superó. Su fuerza de voluntad la hizo caminar de nuevo, aunque con dificultad. Una vez libre de ese infierno, se apuntó a clases de pintura, saldando una cuenta pendiente que tuvo desde niña con ella misma. Angelina siempre creyó realmente que “nunca es tarde para aprender” y pintó unos cuadros maravillosos que adornan las casas de su hijo, sus nietos y bisnietos, hasta que perdió visión y no pudo continuar.
Y escribo “bisnietos”, sí, porque ya tiene tres y lleva su título de “Bisa” como una verdadera condecoración, pues esta familia se formó y creció gracias a su fuerza y a su amor.
En pleno pico de la pandemia estuvo ingresada en el HUCA con una patología respiratoria, y desde el propio hospital ella nos daba ánimos a nosotros para que no nos preocupásemos a pesar de su gravedad. De esta también salió. Ella es mi heroína, mi amiga y mi confidente siempre. Y nadie como ella puede representar, desde la humildad de su vida, la grandeza de una mujer».

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