¿Y los abrazos, para cuándo?

Por Cecilia PAZ PENABAD

Sonrisas de buenos días, la gerontogimnasia diaria, las terapias de psicoestimulación y rehabilitación, momentos de baile, recordar canciones de nuestra época, celebraciones especiales como la fiesta de Carnaval, recibir a los niños del colegio para compartir con ellos actividades y experiencias en lo que llamamos actividades intergeneracionales, aquellos talleres de cocina donde recuperábamos recetas de antes, las excursiones que nos permitían visitar lugares que no conocíamos, las salidas al mercado del pueblo… Todo se apagó un 13 de marzo de 2020, el último día que los Centros de Día para Personas Mayores Dependientes del Principado de Asturias funcionaron con la normalidad antes conocida. Durante cuatro largos meses, todo se nubló para las personas mayores usuarias de estos centros de día. Fue un tiempo de incertidumbre, de no saber cuándo íbamos a volver. Tampoco en qué condiciones, ni si íbamos a estar todos.

Un bombardeo constante de información por parte de los medios de comunicación, donde las noticias no eran nada esperanzadoras, especialmente para las personas mayores, por desgracia las más afectadas por la pandemia de covid-19. Días, semanas… meses de encierro. De no poder salir de casa, de tener que prescindir de las visitas de hijos y nietos no convivientes que tanto les alegraban, de ver pasar el tiempo, sin más. Notar cómo la inactividad empieza a pasar factura, física y mentalmente.

Las conversaciones telefónicas con los familiares de usuarios para ver cómo lo estaban llevando, siempre incluían un “¡Quién sabe cuándo volveremos a vernos!”, “¿Volverá a abrir el Centro de Día?”, “Se le está notando muchísimo la falta de las actividades del Centro, no sé cómo va acabar esto”.

En el mes de junio empieza a verse un poco la luz, se empieza a hablar de una posible apertura, pero no es hasta mediados del mes de julio cuando ésta se hace efectiva. Y volvemos. Volvemos con la sensación de que ha pasado una eternidad y que ya nada volverá a ser igual, al menos en mucho tiempo.

Efectivamente, comprobamos cómo el confinamiento había hecho mella en nuestros mayores. Cuando se reincorporaron al Centro de Día, muchos de ellos presentaban mayor dificultad para caminar, otros se habían convertido en más dependientes, precisando más ayuda para realizar las actividades básicas de la vida diaria y, en otros casos, la desorientación temporal era más evidente.

Por nuestra parte los profesionales, también con la incertidumbre que supone el vivir un momento histórico como este, nos preparamos para esta nueva etapa en la que nuestra prioridad es la seguridad de nuestros mayores, al ser uno de los colectivos de mayor riesgo en esta pandemia. Así, acondicionamos los centros de día siguiendo los protocolos sanitarios que, por otra parte, están en constante revisión, lo que nos obliga a modificar periódicamente las medidas adoptadas. Convertimos la toma de temperatura y el uso de gel hidroalcohólico en nuestra rutina diaria de bienvenida. Y, dentro de éstas y otras muchas medidas de seguridad, intentamos conseguir la tan ansiada “nueva normalidad” retomando las diferentes terapias y actividades que hacíamos, pero teniendo que adaptarlas ahora a las limitaciones que implica el tener que mantener la distancia de seguridad, el usar la mascarilla (con la consiguiente dificultad de comunicación con las personas que tienen déficit de audición) o el no poder compartir material terapéutico.

Ahora que han pasado unos meses, vemos cómo las personas usuarias del Centro de Día están recuperando las capacidades que habían mermado durante el confinamiento, y esto demuestra la importante labor que los Centros de Día desempeñan para el mantenimiento y la mejora de la calidad de vida de las personas mayores.

Pese a todo lo ocurrido, nuestros mayores nos dan una lección diaria de resiliencia, pues están siendo capaces de sobrellevar esta situación con una tranquilidad asombrosa, esa serenidad que da el paso de los años y el haber vivido situaciones de dificultad, y no pierden la esperanza de poder recuperar, en un futuro cercano, el contacto físico que nos permita darnos ese abrazo de bienvenida que la pandemia nos negó.

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