Por Beatriz ÁLVAREZ
Cuando la noche del domingo pasado, Esther Martínez, intrépida colaboradora de este medio, me propuso presentarnos de voluntarias para el concierto de Llorenç Barber que con motivo de la 1 Semana Profesional de las Artes de Oviedo se iba a celebrar, nada sabía entonces de campanas ni de campanarios, pero acepté. Bien creí que no nos iban a coger porque la gente tiene muchas ganas de hacer cosas y en Oviedo hay muchos músicos, pero sí, nos cogieron.
La semana se presumía larga. Nos tocó en la pelayas (yuppi). No voy a relatar lo que hicimos en los días sucesivos porque igual carece de interés pero sí unas breves pinceladas porque sé que la emoción de los preparativos es igual de grande que la emoción de los estrenos. El miércoles cuando llegué al monasterio de San Pelayo, me encontré al Maestro Barber que con sus palabras, sobre la música y el cosmos, me enamoró.
El valor de las cosas que hacemos lo imprimen las personas y este hombre con aspecto de sabio dejaba claro que iba a darle mucho valor a lo que íbamos a hacer. Son las personas las que le dan ese plus y las que convierten tocar una campana en algo único e irrepetible. Siete campanarios repartidos por el casco antiguo de Oviedo preparándose para un concierto único. Dos protagonistas: Barber y Wamba, la campaña más antigua del mundo en funcionamiento, que está en la Catedral de Oviedo.
En las pelayas, seis campanas, tres pisos de campanario. Campanas alemanas cada una con su nombre, ocho asturianos para tocar y un director universal de origen valenciano, porque además, tuvimos la suerte de estar bajo el manto de Barber. He de decir que con su esposa Montserrat Palacios forman un gran equipo. En el piso superior del campanario, dos escaladores suspendidos, imaginaros el protocolo. A sus pies la aletargada ciudad esperando despertar. El segundo día, repartimos las campanas y recibimos las instrucciones básicas, principalmente mirar al Maestro y seguir sus manos. Espectacular el sonido, el sitio, cada campana, … preparados. Viernes, 19.30 ensayo final. Viernes, 21.35, empieza el espectáculo. Algunos apuntes finales: “la música se parece al metal, se funde para que nazca algo nuevo. Cada golpe es único. Tocamos para despertar y adquirimos un poco más de compromiso con la ciudad. Se trata de recuperar la utilidad de las campanas que muchas veces están muertas y abandonadas. Hay que aplicar la intuición y el nervio propio del músico”.
El concierto de ayer en Oviedo deja claro varías cosas: la primera, que la música no es solo como la entendemos muchos, o mejor, cómo la entendíamos hasta ayer. La música es como la fuerza de la tormenta, el rugir de la mar, la potencia del viento, pero aún más. El cosmos es música. La segunda, hay personas capaces de abrir tu mente a algo diferente. Conocer al maestro Barber ha sido luz en el camino. Su generosidad, su cercanía, su medio metro por encima del suelo sin dejar de ser terrenal. “Me lo llevo”. No lo olvidaremos. La tercera, qué hambre de nuestra antigua vida, de tomar las calles, de ver a los amigos y de abrazarlos, de caminar Oviedo. así como ayer, solo que sin mascarillas, era la vida antes de marzo del 2020 y, por último, las pelayas, la pequeña comunidad benedictina, su apertura al mundo y a la ciudad, por favor, id a comprarles dulces.
Lo que hemos vivido ha sido mágico. La magia de cada golpe de campana, único como cada copo de nieve. Un lujo. Sobre el concierto y la música, pues no sé, habrá opiniones para todos, innovar es provocar, pero la gente se echó a las calles a andar escuchando y con eso me quedo.
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