La vida por detrás

Juan Carlos AVILÉS

[Nos tocó la china]

Pues ya casi estamos en Navidad. Y es que el tiempo, por mucho que pretendamos considerarlo como una unidad relativa con fines prácticos y organizativos, pasa en un santiamén. ¿Ah, que solo estamos en agosto? ¿Qué aun te quedan vacaciones para lucir pantorrilla y barriguita cervecera? ¿Qué no es momento de tocar las narices? Pues no te falta razón, pero he de reconocer que ando un poco depre, y eso se trasluce a la hora de echar a andar estas líneas sobre la incertidumbre del papel en blanco. ¡Qué se la va a hacer! La razón de esta inopinada ‘chafadez’ no es otra que haber cumplido los setenta, como os lo cuento. Dicen que la crisis de los cuarenta es la peor de todas, por aquello del `paso del Ecuador’, pero en mi caso transcurrió sin pena ni gloria. La de los cincuenta no me fue mal, mira tú, supongo que por aquello de pillarte con las pilas cargadas y un cierto aprendizaje vital, que siempre allana mucho el camino. Los sesenta ya fueron otra cosa, pero todavía el espejo muestra alguna benevolencia contigo (“¡pues no estoy tan mal, qué carajo!”), las piernas aún te responden, y la cabeza, que antes se movía como la de la niña de El Exorcista, va apaciguando las revoluciones y adoptando cierto sosiego, sobre todo con el bendito oasis de la jubilación y la conquista irrenunciable de la siesta diaria. Pero, ¡ay, amigo!, los setenta son otra cosa. Ya estás en la recta final y con el flamante billete hacia la decrepitud más abyecta en el bolsillo. Casi todo el pescado está vendido, has cambiado los espejos por ventanas (que tampoco está mal), el Ecuador se ha quedado a tomar vientos, te duelen todos los huesos menos el de la nariz y lo de la sabiduría de la edad, el único consuelo que nos quedaba, en el fondo no era para tanto. ¡Pues vaya plan! Así que, con el optimismo que nos caracteriza a los educados en la sacrosanta moral judeocristiana (¡aquí se viene a sufrir, oiga!), no queda otra que ir pensando en prepararse una maletita con lo imprescindible —como cuando vas a parir, pero a la inversa—, no sea que rompamos aguas y nos pille en bragas. Y mientras ir haciendo las compras de Reyes, que esto corre que se mata.

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