El ‘agitador cultural’ charló en la Casa de Cultura moscona sobre Alberto Alonso, asesinado en Gijón en 1976 por ser homosexual, al que ha dedicado uno de sus temas más premiados

Esther Martínez/Grau

Que Rodrigo Cuevas haya conseguido el premio Camaretá al meyor cantar en 2020 contando la historia de Rambal dice mucho de la importancia que este agitador cultural, como él se define, le da a las historias de lo cercano y como a través de su voz, las hace universales. Rambal, el fíu de Concha la Guapa, “que la llamaban así de fea que era”, no podría imaginar nunca que su historia llegara hasta los Emiratos Árabes (Sharjah) o la Bretaña francesa y que tres semanas más tarde en Grau, hablaran y rieran, de cómo Fredes ‘La Tarabica’ narraba la crónica local del barrio pesquero de Cimavilla, igual que si estuviéramos escuchando la historia del siglo XX de Europa Occidental.

Alberto Alonso fue Rambal, asesinado en 1976 por ser un “maricón de nacimiento”, en palabras de Fredesvinta; y Cuevas reinvindica ese relato para darle carácter universal. El objetivo del artista no es sólo cantar y salir a un escenario trasgrediendo, es reivindicar la sabiduría popular, las fuentes orales y la cultura en todas sus manifestaciones y demuestra que todo ello no tiene fronteras, que se puede crear arte tanto desde Los Ángeles, como desde Vegarrionda, el pequeño pueblo de Piloña en el que vive y que además se puede resucitar un espacio abandonado, La Benéfica, para llenarlo de música, teatro y vida.

Culto, simpático y con luz, “no vine aquí a dar una charla sino a hablar con vosotros, porque estamos perdiendo hasta la costumbre de hablarnos”, decía Rodrigo Cuevas al inicio de su charla ayer en la Casa de Cultura de Grau. Desde el Prince de Verdiciu hasta el Trópico de Covadonga y el Manual de Cortejo, el agitador cultural no ha hecho más que crecer teniendo como referencia la cultura tradicional y es que el folclore según él, atraviesa los pueblos y traspasa fronteras. En abril llegará a Oviedo con Barbián, para demostrar también que la zarzuela puede atraer, no sólo a señoras con el pelo enlacado, sino a un hipster de la periferia.