Revoltura política

Casimiro ÁLVAREZ

[A contracorriente]

Con Franco, ser de izquierdas era complicado. Si te significabas mínimamente eras investigado a fondo por la Guardia Civil o la Policía, y a partir de ahí siempre estabas vigilado; cualquier acción sospechosa de actividad política, aunque fuera tan inocente como repartir octavillas, pegar carteles con convocatorias de manifestaciones o huelga, o cualquier reunión que consideraran subversiva, suponía un interrogatorio, o detención, y en el peor de los casos penas de cárcel. En consecuencia, éramos muy pocos los que nos oponíamos a la dictadura; de hecho, nos conocíamos todos, especialmente en las zonas rurales; pero también era así incluso en las zonas mineras o industriales, y en las universidades.

Hablo de la última década de Franco, cuando la dictadura ya se había suavizado, y convertido en dictablanda, y se habían aligerado las cárceles, quedaban relativamente pocos falangistas, somatenes, chivatos, y demás incondicionales del “Caudillo”, salvo los infiltrados en las fuerzas de seguridad, policía, guardia civil y ejército, que seguían siendo la mayoría. Por el contrario, la mayor parte de los españoles vivían encantados con el sistema, ajenos a la política y tachando de exaltados a los pocos que dábamos la nota discordante. De hecho, se formaron colas kilométricas para visitar la Capilla Ardiente de Franco, y yo recuerdo con claridad las lágrimas de condolencia de una inmensidad de españoles. Y como es lógico, así eran también la mayor parte de mis amigos de infancia, de estudios, e incluso de universidad. Pegaban verdaderos saltos hacia atrás, cuando yo los sermoneaba con la república, o con el Che Guevara. En mi caso concreto no me quedó otra opción. Por esa innata condición de rebelarme contra lo que no me gustaba, de ir “contracorriente” igual que ahora; no tuve más remedio que revolverme contra una “dictablanda” que no permitía las libertades políticas, de prensa, etc. y aunque nunca milité en partido político alguno, de aquella lógicamente proscritos, mantenía una estrecha relación con el Partido Comunista y participaba en alguna de sus células clandestinas, hasta convertirme en un activo agitador político, que terminó, afortunadamente, sin mayores consecuencias que alguna detención, o interrogatorio, y una gruesa ficha policial.

Luego, con la llegada de la democracia y la legalización de los partidos, que hizo Adolfo Suárez, se produjeron afiliaciones masivas, todo el mundo era demócrata, y millones de azules tornasolaron al rojo, hasta algunos recalcitrantes falangistas y chivatos ocuparon cargos en las filas del PSOE. Exactamente lo contrario de lo que había ocurrido al final de la guerra, cuando Franco fue ocupando paso a paso todas las regiones españolas, y tantos rojos se hicieron falangistas.

Cincuenta años después sigo a contracorriente, rebelándome contra toda la clase política, atestada de vagos, inútiles y truhanes

Cincuenta años después mi situación es parecida. Sigo a contracorriente, rebelándome contra toda la clase política y dirigente, atestada de vagos, inútiles y truhanes, que sólo piensa en enriquecerse con sueldos escandalosos y un sinfín de privilegios, a costa de las penurias de millones de españoles; y mientras tanto una gran mayoría de compatriotas aplaude con las orejas a semejante bazofia; eso sí, unos a Sánchez, Iglesias, Barbón, o la charlatana Yolanda, y otros a Egea, Mallada o al petimetre de Casado; que ahora hay libertad y, parece ser que, ven diferencias entre ellos. No consigo entender cómo puede nadie defender al Rey Juan Carlos, perjuro, golpista, traidor, putero, especulador, traficante de influencias y corrupto. O cómo Sánchez o Rajoy pudieron ser presidentes de gobierno. Cómo se puede soportar al doblemente condenado Echenique, o a la Yolanda que suelta discursos vacíos, vive en permanente contradicción, y hasta hace halagos del Papa. Cómo es posible que los mismos que hace poco tiempo denunciaran la subida de luz en un 10 %, hoy consientan subidas del 500 %, por poner una cifra, que ni sé, ni me importa; o cómo puede ser ministro Garzón, y su hermano asesor económico de Podemos.

Si se volviera a aplicar la Ley de Vagos y Maleantes instaurada por la República, y vigente, con pequeñas modificaciones, hasta 1995, la mayoría de la clase política española iba a chirona. Con el nuevo año me he propuesto cambiar, y hacerle caso al Generalísimo cuando le decía a uno de sus ministros, “Sr. ministro hágame caso y actúe igual que yo, ¡no se meta en política!”.

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