Publicado el: 16 Feb 2022

Sobre macros, micros, vacas, animales y otros seres

Plácido RODRÍGUEZ

Me atrevo a aventurar que, a tenor de la etimología de la palabra, makros, algo que excede de lo normal, por grande, tiende a desvirtuar su esencia, volviendo desmedido o grotesco aquello que debiera guardar cierta mesura y proporción respecto al entorno que lo rodea; sirva como ejemplo desafortunado que, para algunos, la macrocefalia se torna en recelo estético, sobremanera para aquellos que tienen el mal gusto de apuntar con el dedo a la gente de cráneo prominente. Cuando la macroeconomía mejora, de manera que unas pocas personas se reparten el botín obtenido —en general merced la especulación financiera y explotación de otras personas— a la vez se produce una ingente cantidad de microperjudicados, a los que no les hace ni puta gracia adquirir conocimientos sobre inversión bursátil, básicamente porque la macroeconomía los ha dejado sin un puto euro para invertir en bolsa.

Así que lo macro se alimenta de lo micro, y lo micro de las sobras y la resignación que impregna el mundo. En el caso de flagrante desproporción en el número de animales respecto del espacio que comparten —algo perfectamente extrapolable a otros seres— el hacinamiento se erige en la norma obligada que regula todo lo que de forma natural se hubiese asimilado y esparcido con mucha más libertad. Ese hacinamiento —además de amputar la dignidad de muchos seres— convierte los alimentos en sustancias anabolizantes, el normal crecimiento en hipertrofia, el metano en gas letal para la atmósfera, y los residuos orgánicos en un inmenso montón de mierda, incapaz de ser reabsorbido por la Madre Tierra sin que la ingesta del veneno le produzca continuos vómitos.

La “macroprovisión” es el resultado de la falta de “microprevisión”, y la ganadería no deja de ser una víctima más que entra en un círculo vicioso iniciado en la premisa falaz de que las explotaciones más extensibles y sostenibles no pueden abastecer de carne a toda la población. Con esta línea argumental se suelen justificar en los foros de debate a las centrales nucleares y combustibles fósiles, aludiendo que las energías renovables necesitan una inversión a mucho más largo plazo para que nos podamos abastecer energéticamente con ellas. Así se va ralentizando cada vez más la apuesta por lo micro, para preservar el beneficio de lo macro, como si una tribu justificase el canibalismo por haberse distraído en la siembra de cereal con el que elaborar pan, y haber desatendido la cría y cuidados de animales domésticos que les proveyesen de carne, huevos y leche. Al final ese abandono de lo micro consigue que se devoren entre ellos, guiados por la gula de un orondo santón de fauces babeantes en busca de carne humana.

Pues bien, si no se potencia la ganadería sostenible, no quedará más remedio que recurrir a la ganadería industrial, por intereses económicos conformada en macrogranjas; da igual que lo diga Agamenón o su porquero. Otra cosa bien diferente, al parecer, es que lo proclame un ministro, tal vez porque lo que se espera de él, aparte del consecuente predicamento, es que impulse incentivos, ayudas y protección para las pequeñas ganaderías, que son las que contribuyen a la fijación de población en el medio rural y en esa España vaciada de la que tanto se habla.

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