Charles Délmez y Marie Barbe Bertrand, que regentaban la fonda de la fábrica de armas, tuvieron el infortunio de romper parte de una vajilla durante la visita de la reina Isabel II en 1858, suceso que les persiguió durante años
Roberto Suárez / Sara Pardo
A las once y media de la mañana de un tres de agosto de 1858, una salva de veintiún cañonazos anunciaba la inminente llegada de SS.MM. a la gran fábrica de Trubia, el establecimiento militar más importante de España en la época y a la misma altura que las industrias más punteras de Europa. Acompañados de su séquito fueron recibidos por el dignísimo brigadier Elorza, además de los notables de la ciudad de Oviedo. La batería de salvas hizo un segundo saludo cuando S.M. la reina, desde el balcón que daba la plaza de la fábrica, presentó a su hijo, el príncipe de Asturias y, el eco del público enfervorecido se perdía entre las montañas de este bucólico valle.
Comenzó la regia visita por los altos hornos de cok que, en ese preciso momento, uno de ellos, el Daoíz, estaba en fuego, a continuación, en el taller de moldeo presenció la fundición de su busto, el de su esposo y de una placa conmemorativa. Pasaron a continuación por el taller de fusiles y en el de cilindros presenciando bajo un elegante dosel la forja de cañones de carabina en cilindros, una novedosa práctica que había sido implantada en Trubia hacía pocos años.
En todos los talleres la reina se interesó vivamente por todo el sistema de fabricación, consciente de la importancia que este establecimiento tenía para la nación. Almuerzo En este momento, la egregia visita es agasajada con un almuerzo, que le fue ofrecido por el general Elorza en una acogedora galería que daba al jardín de su casa. A esta recepción asistieron como invitados personalidades de la vida asturiana, como los señores Campo-Sagrado (1809-1865), Mon (1801-1882) y los jefes de palacio: el general O’Donell (1809-1867) y el general Serrano (1810-1885).
Al mismo tiempo, se servía una comida en un gran taller, reconvertido por un día en un espléndido comedor para 230 personas, entre los que se encontraban los más notables de la provincia. Tampoco la parte musical fue descuidada y el 40 Regimiento de la fábrica de Oviedo se desplazó a Trubia para hacer los honores y amenizar durante el día el paseo de la fábrica. La visita continuó por la tarde, donde SS.MM. presenciaron cómo se sacaba el molde de un cañón, que recibió el nombre de príncipe Alfonso. Por fin la reina se dignó a poner la piedra de un nuevo taller destinado a construir piezas de artillería. El acta de colocación rezaba así: Colocada por su S.M. la Reina el día 3 de agosto de 1858 y fue introducida en una granada de a 150.
La despedida estuvo a cargo del director general de artillería, el capitán general Serrano, que le dirigió a la reina unas emotivas palabras cargadas de entusiasmo y ardor patriótico: «Señora, no se repetirá en adelante que el África empiece en los Pirineos, sino que España llevó la civilización hasta el desierto del Sahara». Un total de ocho horas duró la ilustre visita, lo que da una idea de lo que significaba la fábrica de Trubia para la nación y por ende para la corona. Durante toda la estancia Elorza acompañó a la reina respondiendo a sus preguntas, lo que denotaba su vivo interés y complacencia por lo que veía, por todo lo cual el digno brigadier recibió calurosos halagos.
Pero no todo fueron alborozos en este capítulo de la vida trubieca y, como casi siempre ocurre, hubo una familia que pagó los platos rotos, la familia Délmez. Instalada en Trubia desde que Charles Auguste Jopeh Delmai –Délmez en lo sucesivo, en la adaptación al castellano– llega al puerto de Gijón procedente de Lieja, en 1846, con su esposa Marie Barbe Joséphe Bertrand y sus hijos. Viajan en compañía de Charles Joseph Bertrand Demanet (1814-1892), hermano de Marie Barbe, que venía a su vez contratado para encargarse del taller de moldería y al que debemos las principales obras de fundición artística entre otros muchos trabajos. Charles Délmez, belga de nacimiento y cincelador de profesión, tenía un taller de su propiedad en Gante cuando fue reclutado por Elorza en Douai, Francia, para ejercer y enseñar su oficio, la técnica de orfebrería, que consiste en el acabado en frío de la coladura para dar mayor precisión a las formas. Formaba parte de aquellos maestros extranjeros que Elorza fue reclutando por Europa entre los que se encontraban el maestro grabador Pedro J. Gosset, el cincelador Jacinto Bergeret o el moldeador Barber. En todos los contratos de estos maestros figuraba una cláusula trascendental para el futuro del establecimiento como era la de estar obligados a enseñar su oficio «con celo e interés a los aprendices del país que se le designen».
Charles Délmez y su esposa, en el momento de la ilustre visita, estaban al frente de la fonda establecida en la fábrica «para comodidad de los oficiales de ésta [fábrica] y de los viajeros que incesantemente acuden a visitarla», por lo cual fueron los encargados de organizar los fastos de la egregia visita y la vajilla de la que se servían era propiedad de la fábrica, la cual sufrió los lógicos desperfectos que, con el tiempo, ocasionaría graves perjuicios económicos a su viuda.
Muerte de Délmez
En 1861 Délmez firma su último contrato en el que se compromete a «trabajar en su oficio con celo, asiduidad y compostura como hombre de bien». Un año después muere cincelando el busto del rey consorte en traje romano. Después de la muerte de su marido, Marie Barbe –María Bárbara– siguió gestionando la fonda hasta que pasa a vivir a Oviedo y, el 30 de mayo de 1864 la Junta expone que «en vista que Dña. Bárbara no podía reponer las piezas que habían roto a la bajilla de loza azul y negra, perteneciente a esta fábrica por no encontrar quién se la hiciese igual en dibujo y dimensiones, creía que lo mejor sería que retirase la que había dejado incompleta y comprase otra en el término de dos meses debiendo presentar primero muestras para ver si es admisible o no». El 14 de julio de ese año se acuerda «admitir la bajilla presentada por la Sra. Délmez en reemplazo de otra inutilizada por la misma [sic]».
Sin embargo, posteriormente nos encontramos con un acuerdo de dicha Junta del cinco de abril de 1865, cuyo objeto era «tratar de la reposición de la bajilla propia de la fábrica y que le fue prestada a M. B. Délmez (…) se dispuso interín se entregue la que dice tiene encargada deposite 3.000 reales, lo que representaba más del 30 por 100 del sueldo anual de un cincelador, o presente fiador arraigado que responda de dicha cantidad». También se acuerda que «tan pronto se verifique se pondrá a su disposición el resto de la referida bajilla». Este desfase de fechas nos hace pensar que finalmente la vajilla no fue aceptada en primera instancia por lo que fue necesario encargar otra más acorde con la calidad y las características de la original, algo por otra parte difícil de conseguir dado el paso del tiempo. La muerte prematura de Charles Délmez y este desgraciado suceso supuso graves perjuicios económicos que marcarían el devenir de esta familia en aquella difícil época. Ese mismo día dicha Junta conviene en aceptar la solicitud de Manuel Álvarez Laviada de dirigir y pasar a vivir a la fonda el primero de mayo de ese mismo año. En resumen, todas las historias tienen dos caras y, este periodo tan fructífero para Trubia no lo fue del mismo modo para la familia Délmez.
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