Publicado el: 15 Mar 2022

Isolina y aquellas maestras de Teverga

Ante el fallecimiento de la que fue una profesora referente de una generación de teverganos

Isolina, con su bata blanca, junto a un grupo de escolares

Por Rocío ARDURA/Teberga

 

Hace poco algo más de una semana (cuando escribo este artículo), me llegó la noticia del fallecimiento de Isolina, la maestra de Teverga. Quizá porque hacía ya tiempo que residía en Oviedo, quizá porque su nombre compuesto la hizo difícil de reconocer en la esquela, lo cierto es que no he visto recuerdo alguno para ella en los grupos de Facebook ni en los medios que habitualmente usamos los teverganos para mantenernos al día de la actualidad de la comarca. Por eso, especialmente, he querido recordarla en estas líneas, porque es una pena que su labor no sea al menos rememorada por los que fuimos sus alumnos, muchas decenas por cierto, y porque con ella también se va una parte de nuestra infancia.

Con la referencia a su persona, hago también memoria de las maestras que pasaron por las aulas de los primeros cursos de las escuelas de Teverga (en este caso por la de San Martín en concreto), porque pienso sinceramente se merecen un recuerdo y gran agradecimiento.

Cuando las maneras educativas, las formas, los valores e incluso los contenidos de la escuela pública están entredicho, me parece aún más oportuna esta mención. Seguramente hubo muchas más maestras durante la segunda mitad del pasado siglo, en pueblos y aldeas de Asturias, sin las cuales el nivel formativo de nuestras gentes no hubiera sido el mismo, -con una gran diferencia en lo que al menos las 5 reglas se refiere al de muchas regiones españolas-, pero éstas, obviamente son las mías. Mis personales referencias, que comparten muchos de mis compañeros y amigos de entonces.

Isolina

En el capítulo genérico de Maestras de Teverga, en concreto, doña Isolina, “Isolina la de Julián”, para más señas, marcó también un antes y un después. Ahora que la recuerdo con su bata impecablemente blanca y su sutil perfume, se me antoja como la maestra de la transición. No en vano, con ella comenzaron muchos cambios. Isolina era más joven que las que le precedieron en las aulas y que aún conocimos los de los 60-70, como doña Rosaura, doña Teresa o doña Suceso.

Tenía pareja; estaba casada con Ju-lián Ariza “el del Ayuntamiento”, conducía un citroën dos caballos, iba a Oviedo a ver la ópera y la zarzuela. Siempre impecablemente vestida y peinada. Atenta. Cariñosa. Siempre dispuesta a ayudar a los que tenían menos, a limpiar muchos mocos y comprar un vestido o los que fueran para que alguien no se sintiera diferente. Y es que era ella la que era diferente, en un tiempo distinto en el que todo comenzaba a cambiar, tanto como que los niños y niñas, compartíamos clases por primera vez en muchos años, allá por el inicio del curso 69- 70.

Rosaura, Teresa, Suceso

Tiempos diferentes a los de doña Rosaura, que había sido maestra de mi madre en la escuela de Sobrevilla e incluso también a los de doña Teresa Llamoso o doña Suceso. De ambas tengo también los mejores recuerdos. Rememorando, por ejemplo, la escuela de parvulitos, en la Calle Nueva de San Martín, lo que sería hoy de preescolar, pues con tres años y media ya me dejaban en la clase de la primera, la tía de Antonín y Gelitina, que me enseñó a leer a los tres años y medio.

Adela

En tercero fue doña Adela mi maestra, con cierta fama de severa, pero que conmigo se portó siempre maravillosamente igual que Marujina, Covadonga y Pilarina la de Berrueño, que falleció la pobre, demasiado joven y tristemente.

María Antonia

Ya en sexto, conocí a María Antonia, natural de Santo Adriano, que con el paso de los años se convertiría en cuñada de Isolina, al casarse con Majín Alija, y que junto a sus hijos Laura, María y Julianín me han facilitado las fotos de Isolina que acompañan estas líneas.

De María Antonia, no voy a decir, como la canción de Víctor Manuel: “todo el francés que supe y que sabré nunca, fue culpa de ella…”, pero casi.

En BUP tuve la suerte de tener otra profesora y amiga, Rosa Cabo, que me ayudó a expandir conocimientos del idioma y a perfeccionarlo tanto que en COU, en el Femenino en Oviedo, no me hicieron ni examen final, pero María Antonia nos ayudó a asentar perfectamente sus bases. Durante tres años, tuvimos la oportunidad de aprender un segundo idioma, con un acento y un nivel que ya lo hubieran querido decenas de docentes en los llamados entonces internados o colegios privados de Oviedo.

Minina, la de Entrago

En séptimo y octavo de EGB llegó el tiempo de conocer a Mari Carmen o “Minina la de Entrago”, como todos la llamamos, impartiendo dos disciplinas que para mi nunca fueron favoritas, la música y las matemáticas, pero con su voluntad e interesantes y modernas explicaciones, conseguí superar sin grandes problemas.

A todas ellas, recordándolas juntas en los recreos en la Pista, y coincidiendo con la triste noticia del fallecimiento de Isolina, quiero agradecer su vocación y tesón; su paciencia con los inquietos y dispersos escolares que fuimos. Para que su labor no caiga en el olvido, ni la de las escuelas publicas en todos los municipios asturianos, especialmente en los rurales y más alejados. Por las mujeres que lideraron la enseñanza en ese tiempo. Porque fue un lujo la educación que recibimos y porque, en resumidas cuentas, fueron esenciales en lo que fuimos, somos y seremos. No sólo una generación, sino unas cuantas generaciones de estudiantes, en Teverga, les debemos mucho a todas ellas.

Con sus sobrinas, en su 88 cumpleaños

Con un grupo de profesoras

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