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Impuestos progresistas

Inicio @ Tribuna Impuestos progresistas
Por Casimiro ÁLVAREZ

Desde que el presidente Zapatero arruinó España hace 14 años, el gasto público del país ha ido creciendo desaforadamente, hasta llegar a una situación insostenible. Casi tres millones de empleados públicos y 9 millones de pensionistas suponen un gasto de más de 300.000 millones de euros; algo más de 3 millones de parados, 150 millones de euros que se reparten los partidos políticos, 17 millones de euros de subvención a sindicatos, 70 millones a las Cortes, 9 millones a la Casa Real, 250 millones a la Iglesia, aeropuertos fantasmas que costaron miles de millones, como los de Huesca, Castellón, Lérida o Ciudad Real, 35.000 vehículos oficiales, miles de chiringuitos para atechar a amigotes y enchufados, y un interminable etcétera, provocan una injustificada sangría de dinero público capaz de avergonzar al más pintado, pero que es ignorado por toda la clase política y sus secuaces, a quienes todavía les parece poco, ya que ese dinero paga sus escandalosos sueldos, vergonzantes privilegios y, como todo el mundo sabe, infinitos chanchullos, mordidas, comisiones y la interminable corrupción que lejos de ser atajada, cada día se expande más.

Y todo ello tiene que ser mantenido por los impuestos de unos 16 millones de trabajadores activos, incluidos los autónomos. Tantos funcionarios para que los servicios públicos funcionen peor que nunca, a pesar de los extraordinarios medios informáticos y de comunicación que ahora existen. Conseguir una cita para hacer una gestión es una tarea titánica, una consulta médica con un especialista cuesta meses, si no años, el Inem, que ahora se hace llamar Sepe, sólo sirve para marear a los parados, pero es incapaz de buscar trabajo a ninguno. En la política no hay más que vagos que nunca trabajaron en algo útil, haciéndose todos ellos ricos en cuatro días mientras arruinan al país, no existe ni una sola empresa pública desde la llegada del PSOE al poder, allá por 1982, que no haya sido ruinosa.

Todo lo que tocan se hunde, mientras ellos se enriquecen escandalosamente. Pero todo lo costean nuestros impuestos. Sobre los sindicatos voy a ser muy breve porque es todo muy evidente. Nada tienen que ver con aquellos que encabezaban Nicolás Redondo, o el extraordinario Marcelino Camacho, al que tantos años de cárcel le supuso la defensa de los trabajadores; los actuales dirigentes son auténticos capos mafiosos, solo comparables a los políticos. El belmontino de la UGT, Pepe Álvarez, que en toda su vida ni siquiera trabajó durante dos años, lleva liberado 40 con un escandaloso salario que se niega a confesar. Pero no le va a la zaga su representante en Asturias, Javier F. Lanero, que nunca trabajó en algo útil, y heredó el cargo de su padre, M. Fernández Lito, que a su vez pasó la vida liberado, mientras traicionaba los intereses de los trabajadores cobrando como consejero de Ensidesa.

Y los canallas que nos gobiernan consiguen convencernos de lo progresista que es subir impuestos, porque aborregados como estamos, nos creemos que sirven para mejorar los servicios, mientras olvidamos que la sanidad y la educación nunca funcionaron peor; no hay más que ver la dolorosa carta publicada estos días de una enfermera del HUCA refiriendo la muerte de su marido, médico, o si lo prefieren, lo que estas páginas publicaron hace dos años con el título En la sanidad asturiana no es oro todo lo que reluce o, hablando de educación, eliminar las calificaciones, pasando de curso sin límite de suspensos, eliminar la filosofía, la regla de tres, los números romanos, los dictados, o la mayor parte de la historia de España. Somos incapaces de ver que quienes dicen servirnos deberían ser ejemplo de austeridad y gestión, cuando en realidad no saben más que robar.

Que los partidos, sindicatos, iglesia, oengés y chiringuitos varios, deberían ser financiados por aquellos que defienden, o dicen necesitarlos; si acaso que cobren entrada a sus misas, mítines o reuniones, y se paguen ellos sus fiestas. Pero que nos dejen tranquilos al resto. Yo, concretamente, abomino de todos ellos, soy ateo político, sindical, religioso y de cualquier organización institucional. Pero estos canallas coartan mi libertad para someterme a su repugnante dictadura; ¡qué… no sé si será la del proletariado!

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