Publicado el: 20 Jun 2022

La Schola Cantorum deslumbró en Grau

El tango de Gardel «Volver» dio inicio al primer concierto ofrecido por el coro moscón tras la pandemia, que mostró la complicidad de Pepe Avello con el concejo

La Schola Cantorum en el concierto de Grau

Plácido Rodríguez / Grau

Recital de la Schola Cantorum

Fue como si el primer tema quisiera comenzar un nuevo ciclo después de que la pandemia las privase de la avenencia de sus voces, hermanadas desde hace décadas. Y así el tango que popularizara Gardel, Volver”, inició el regreso con su primera estrofa: “Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno.”

Continuaron con un CHA, CHA, CHA, Piel Canela”, con arreglos de José F. Avello, quien, además de ser el director del coro, hace las veces de chamán en la liturgia sonora de un grupo de mujeres que conservan el vínculo de la adolescencia como un rito compartido que se perpetúa en el tiempo.

“The Blower’s Daughter” fue la siguiente canción: “Y así es, tal como dijiste que seria. / La vida transcurre tranquila en mí la mayor parte del tiempo. / Y así es, la historia más corta sin amor, sin gloria, sin héroe en su cielo.” Y esa cadencia de origen pop, se transmutó en un oleaje armónico, suave y tibio en el que se mecían las notas de un piano que parecía rehuir heroicidades, mostrándose afable con las voces que acompañaba.

Un piano que se desmayó bajo las manos de Cristina Cañedo cuando un “gusano” de luz se apoderó de la Capilla de los Dolores durante un instante, mientras la siguiente canción de Radiohead, “Creep”, levitaba bajo su bóveda barroca.

No sabría precisar en qué momento del concierto José F. Avello pasó a ser el Pepe Avello que muchos conocemos, por su relación cómplice con los moscones y mosconas desde que hace décadas tocaba la batería en aquel grupo polivalente de nombre Expresion. Tal vez ya empezó el concierto siendo Pepe, o quizá fue en la siguiente pieza, “I will follow him”, en la que piano y voces se enlazaron con ritmo, imprimiendo velocidad en el movimiento musical y en los gestos del coro.

Y tras el acelerón vino el sosiego con “The Seal Lulaby”, una nana que interpretada con la dulzura que le trasmitió la Schola apaciguaría cualquier turbulencia emocional o indicio de ferocidad habido entre los asistentes. “La luna, alzándose por entre las olas, nos busca, cuando descansamos entre los huecos rugientes.”

Y esas voces, las fundadoras, junto con las que se fueron añadiendo en los últimos años, respetuosas de aquel primer arrebato juvenil, empastaron sin fisuras en el “Hallelujah” de Leonard Cohen, fundiendo instintos y música dentro del gran molde de piedra de la Capilla.

Y esas mismas voces de inicial forja moscona nos hicieron viajar con sus melodías cosmopolitas hacia mares lejanos, primero con los “Sueños de California”, después con la canción, “Alfonsina y el mar”, que Ariel Ramírez y Félix Luna le compusieron a aquella poeta argentina, Alfonsina Storni, tras haberse arrojado, en contra de la canción, violentamente al mar.

Y el mar perseveró hasta la última pieza, “El Farín de Viavélez”, canción marinera compuesta por el propio José F. Avello, y que concedió a los asistentes el privilegio de escucharla por primera vez en su versión coral. Y el piano cesó, aunque no por agotamiento, sino por la cortesía de un instrumento bien educado que cede su turno a otro instrumento, en este caso un acordeón que se contoneaba con sensual pericia entre las manos de Ginés Fernández, entretanto que Teresa Barbón hacía las veces de soprano solista en dos ocasiones, las que “el Farín” alumbró en la Capilla, al cerrar con un bis, entre cálidos aplausos, el concierto de la Schola.

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La Voz del Trubia