Por Plácido RODRÍGUEZ

Con esta terminología se conoce lo que algunos investigadores coinciden en reconocer como el primer periódico de la historia. Fue Julio César en el siglo I a. C. quien, dándose cuenta de la importancia de la opinión pública, ordenó reunir y difundir, si no a diario, cada cierto tiempo, los sucesos más relevantes de la antigua Roma.

Como, además de leyes o asuntos tratados en el Senado, también se publicaban informaciones de crímenes, matrimonios, divorcios o cotilleos varios, me atrevo a deducir que aquellos primeros periódicos se publicaban, más que con el objeto de informar, con el de influir desde la parte gubernamental que, como buen dictador que se precie, César controlaba prácticamente en su totalidad.

A día de hoy la mayoría de los medios de comunicación siguen teniendo amo. Y si esos medios dependen en gran parte de la publicidad institucional, que está en manos de los políticos (que la antigua Roma tenía como máximo representante a César), además de los créditos que les proporcionan los bancos, que en gran medida son sus propietarios (y que en la antigua Roma también tendrían como equivalente a César), entonces, en la actualidad, la Diurna urbis acta sigue estando en manos de César.

Y a Julio César parece ser que, fuera de acumular cargos y honores, nunca le interesó la verdad; y me atrevo a decir que en eso coincidimos, porque la búsqueda de la verdad tal vez sea más competencia de filósofos y matemáticos, y puede que al resto de los mortales nos interese más la búsqueda de la mentira, porque quita credibilidad a la palabra, y la palabra es la principal herramienta que tenemos para comunicarnos; y si no somos capaces de comunicarnos, entonces el entorno en el que nos movemos se vuelve una gigantesca mierda.

Si hay comunicadores que dan cobertura en la televisión, a sabiendas, a noticias falsas que publican otros periodistas, y nosotros preferimos seguir informándonos a través de esos medios de comunicación, entonces seguiremos, irremediablemente, inmersos en ese gran montón de excrementos.

Pongo de ejemplo una noticia que conocimos todos y todas en su día publicada por Eduardo Inda en el Okdiario: “El Gobierno de Maduro pagó 272.000 dólares a Pablo Iglesias en el paraíso fiscal de Granadinas en 2014”. Por los audios que grabó el más pestilente representante de las cloacas del estado, en su día comisario Villarejo, se ha destapado el origen de la información falsa, e implica al director de la Sexta, Antonio García Ferreras, como uno de los actores protagonistas en la difusión del bulo o lo que ahora se llama fake new; vamos, lo que toda la vida se conoció como paparrucha, preciosa palabra castellana que consiste en una noticia falsa o desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo.

Vamos, que estaba claro que a César no le gustaba que el coletas ganase adeptos entre el vulgo, personaje público y confrontador que, sin entrar a valorar su trayectoria como político, me atrevo a afirmar fue el más perseguido y difamado de la historia de la democracia en España.

Cada uno escoge los medios con los que informarse, y no me vale que digan son todos iguales, yo al menos pongo 3 ejemplos, a tres niveles diferentes: 24 horas, con Xabier Fortes; elDiario.es, con Ignacio Escolar; y La Voz del Trubia, con Lucía Naveros y Fernando Romero. Tengo muy claro que César preferiría un diurna urbis acta algo más obediente, con algo menos de independencia. Y no sería del todo malo que el vulgo pudiésemos elegir quien nos informa, y así poder quitar al César lo que no es del César.