Once meses

Juan Carlos Avilés

[Nos tocó la china]

Agosto se nos fue en un santiamén y septiembre ya está encima, con todo lo que ello conlleva. El calorcito -hasta de más-, la cervecita en el chiringuito, los baños de agua y de multitudes y la anhelada libertad vacacional nos han devuelto un ápice de alegría y han logrado que nos olvidemos de las mascarillas, de la clave del ordenador del curro y hasta de las facturas de la luz. ¡Ay, señor! ¿Por qué no será siempre agosto? ¿Por qué no nos tocará una Primitiva para vivir el resto del año como si lo fuera? Pues va a ser que no. A la resaca veraniega le siguen los despertadores intempestivos, la compra de los libros del cole y los tediosos telediarios recordándonos a todas horas lo chungo que se presenta el otoño y los agujeros que tendremos que añadir al cinturón para salir del atolladero en el que nos han metido sin comerlo ni beberlo. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? ¿Por qué, una vez más, nos tocará pagar los platos rotos? ¿Será verdad que la culpa de todo la tiene Putin? Porque en este escenario de buenos y malos que, como en las pelis de vaqueros, nos tratan de inculcar a diestro y siniestro ya empezamos a intuir que igual ni los buenos son tan angelicales ni los malos tan tremebundos. Cuestión de matices, y de algo de luces.

Para más inri, a un año de pasar otra vez por las urnas nuestros políticos se afanarán en vendernos motos de todos los colores y cilindradas para que nos la sigamos tragando doblada. ¿Dónde está la pelotita? Y como la mano es más rápida que la vista (primera página del manual del trilero) seguiremos cayendo como chinches en la trampa de los charlatanes. Menos mal que, si la matemática no miente, solo quedan once meses para que llegue de nuevo el codiciado agosto. Nuestro mes preferido. Nuestra esperanza azul. Nuestro espacio reservado. Y volveremos a ser los mejores en saltar las olas, aunque lo de soltar las alas siga siendo otro cantar.