Obona, 900 años de historia en piedra

El monasterio tinetense, referente del Camino Primitivo y joya del románico asturiano, atraviesa una prolongada etapa de olvido sobre la que se cierne la amenaza de ruina

Manolo Linares, en el monasterio de Obona/ Rafa Balbuena

Rafa Balbuena/ Tineo

Fue el núcleo de poder eclesiástico por antonomasia en el Tineo medieval y de la Edad Moderna, y etapa obligada para miles de peregrinos jacobeos que cruzaban Asturias por el trazado original de la ruta a Compostela. Pero el monasterio de Santa María La Real de Obona, en la parroquia del mismo nombre, hoy es solo una señorial edificación románica que define el eje suroccidental del Camino Primitivo. Lo que no es poco, pero que podría y debería ser más, a tenor de su pasado imponente y de los recursos que un complejo de este tipo puede facilitar a los peregrinos.

Fundado en el siglo XIII como convento cisterciense, el monasterio fue construido sobre un templo prerrománico anterior del que hoy no se conservan restos materiales. La documentación prueba que desde el siglo X existían algunos conjuntos monacales con abundantes registros de cereal y ganado, acreditando la riqueza agrícola y económica de la zona. Pero es a partir de mediados del XIII cuando Obona comienza a despegar. Primero como abadía independiente del monasterio de Corias, luego convirtiéndose durante los seis siglos siguientes en el más importante núcleo de estudio y formación monástica y científica (para los parámetros de la Edad Media) de la zona. Y por supuesto, como lugar de paso irremisible para los peregrinos que, en aquellos primeros tiempos, prolongaban su ruta desviándola a Oviedo, en vez de continuar desde León directamente a Santiago. Esta etapa culminó en el siglo XVIII con la construcción de unas nuevas dependencias para los monjes, dentro del estilo barroco. Obona era entonces un pujante conjunto religioso, histórico y artístico, en el fondo de un valle próspero a tenor de las ricas cifras de producción que administraba en su entorno directo (pastos, ganadería, madera, cereal, frutales, pesca y caza).

Pero todo se vino abajo en el siglo XIX. Las desamortizaciones marcaron, como en tantos casos, un punto y aparte en la mayoría de conventos rurales comenzando una lenta y progresiva decadencia culminada en el abandono total del monasterio a finales de esa centuria. Durante el siglo XX solo la iglesia siguió siendo utilizada, aunque la despoblación del suroccidente siguió haciendo mella en su uso. El monasterio era ya un edificio fantasma, apenas usada una pequeña parte como casa rectoral. Hasta que a finales de los años 70 alguien quiso dar una oportunidad a sus vetustos muros.

Segunda etapa de Obona

En los años 80 una iniciativa civil empezó a promover la recuperación del edificio, a fin tanto de recuperar su aspecto y habitabilidad como de darle usos sociales y culturales. La Asociación de Amigos del Monasterio de Obona se constituyó en 1985 y en su programa de actuaciones se incluía la realización de cursos de verano, conciertos de música sacra –la iglesia posee un viejo órgano en el coro- o la habilitación del monasterio como albergue de peregrinos. Entre sus más entusiastas promotores estaban Manuel Fernández de la Cera, exconsejero de Educación del Principado, o Manolo Linares, renombrado pintor nacido en Navelgas.

Sin embargo, su esfuerzo, que en principio dio buenos frutos, terminó decayendo. Unas obras de mejora detenidas en 2008 y la interrupción de dotación económica y de programa de actividades terminaron dando al traste con una iniciativa que, como tantas otras, quedó cortada por esa larga serie de factores que atenazan el occidente astur: la falta de presupuestos, el paro, el envejecimiento secular, la despoblación, las infraestructuras defectuosas y, en fin, la lenta muerte por desesperanza que cada vez acosa y atenaza más esta zona de Asturias.

Hoy Obona sigue en pie, en un valle silencioso y semidesierto. El visitante puede aún acudir a contemplar su claustro, su fuente interior y su iglesia, con su Cristo románico y su órgano desvencijado. A pesar de ello, sus muros siguen firmes, de momento. Mientras la amenaza de ruina acecha, sus piedras casi milenarias resisten para recordarnos que la Historia no se detiene, pero que hay que cuidarla para poder conocerla y que su futuro –el conocimiento- esté a la altura de ese pasado de riqueza.

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