Julio Cuervo regenta desde 1977 la peluquería del Casino, desarrollando en paralelo numerosas acciones vecinales y culturales, siempre con Trubia por bandera
Rafa Balbuena / Trubia
Entusiasmo. Quizá sea la palabra que mejor defina a Julio Cuervo, “Julio el peluquero del Casino”. Nacido en Godos hace 61 años, este hombre vital y concienzudo ha desarrollado una notoria y variopinta actividad profesional, cultural y vecinal en Trubia en los últimos 45 años. Y aunque no presuma de ello, es lo que se suele decir “una institución”; un personaje de esos que si no existieran, habría que inventarlo. Serio en las formas y tímido en el arranque, no tarda en romper el hielo y lanzarse a relatar una trayectoria vital desarrollada en una época “en la que Trubia vivió un verdadero auge”.
Con apenas 15 años, Cuervo entró de aprendiz en Peluquería Rodrigo, quizás el primer emporio de imagen en Asturias, con varios salones de belleza en Oviedo, Gijón y Avilés, que reunía los avances más modernos de la época y a una clientela exigente y adinerada. “Eran los mejores y aprendí el oficio con ellos”, afirma sin pestañear. Al poco, “me enteré de que estaba vacante la plaza de peluquero en el Casino, eché la instancia y a través de la Fábrica de Armas, que era de la que dependía la entidad, me admitieron… y aquí estamos”.
Era 1977 y desde entonces raro es el vecino trubieco y de los pueblos cercanos al que no haya cortado el pelo alguna vez… o todas. “El primer cliente que tuve, el marido de Conchi la de la carretera de Avilés, falleció hace tiempo, pero siempre vino aquí”, constata. “Y algunos que venían a cortarse el pelo siendo niños, hoy son abuelos”. La década de los 80 fueron tiempos de esplendor en los que habría “como 2.000 o 3.000 socios en el casino, y era un no parar de gente, de actividades, de comercios, de vida…”.
Pero Julio no es solo “el peluquero”, ya que su vida va mucho más allá de las tijeras, la maquinilla, las lociones o los afeitados. Su paso por la “mili”, primero en el Cuartel de San Gregorio en Zaragoza y luego en los destacamentos de Jaca y Candanchú, le sirvió para hacer una lista de contactos que, gracias a su sociabilidad, le ha valido hasta hoy para mantener viva una agenda de la que ha sacado buen partido. Y no solo en lo personal, ya que además de asegurar que “tengo contacto con más de la mitad de compañeros del reemplazo”, explica que “de tanto insistirle allí al comandante, conseguí llevar allí al grupo folclórico Nocéu, cuando en Jaca estaba el festival más importante de entonces”. Nocéu, grupo que él mismo coordinó, se hizo un nombre en la escena tradicional de aquellos años, primero como grupo de baile, luego con sus gaiteros. Hicieron del Festival de Trubia “una referencia, porque a los grupos que venían luego los llevaba yo a Cangas del Narcea, a Corvera, a Cangas de Onís, a Oviedo… y les organizaba desde los viajes al alojamiento, todo sin pérdidas”, explica. Y es que su entusiasmo era mayor que su timidez, de modo que si tenía que ir a ver a Antonio Masip o a Gabino de Lorenzo “iba, aunque en el Ayuntamiento no me dejasen pasar: me escabullía y entraba en el despacho del alcalde, y como siempre presenté unas cuentas impecables, conseguía las ayudas necesarias”, cuenta con orgullo. El propio Antonio Masip pasó por el sillón de su peluquería, pero no fue el único rostro conocido. Todo el elenco de la película de Vicente Aranda “Los jinetes del alba”, rodada en Trubia en 1990, pasó por la tijera de Julio: desde los actores Jorge Sanz o Fernando Guillén, hasta “lo menos 400 extras, a los que hubo que cortar el pelo de aquella manera, caracterizados de la época de la Guerra Civil”. No fue la primera sesión laboral maratoniana que le tocó cumplir: en la Escuela Militar de Jaca su labor era cortar el pelo a oficiales y soldadesca, y cuando tocaba curso de esquí de montaña “eran decenas seguidos, uno detrás de otro hasta que te salían ampollas en los dedos”. Y explica entre risas que en Trubia “la primera vez que tuve que cortarle el pelo al capitán de la Fábrica, yo era un crío: tuve que subirme a una caja de cocacola porque no llegaba, y con tantas estrellas como tenía aquel hombre, estaba tan asustao que me pegué un buen tajo en el dedo”, recuerda.
Fueron años de mucho movimiento. “También organicé los primeros carnavales en Trubia; las Hogueras de San Juan en la Plazoleta; las cabalgatas de reyes visitando a los niños que estaban enfermos… entonces aquí había mucha actividad”, insiste. Pero las cosas cambiaron. A finales de los 90 el Casino pasó a titularidad municipal, y el servicio de peluquería fue suspendido. “Me dieron una indemnización y me establecí por mi cuenta en este local”, explica. También decayó el mundo de los grupos folklóricos y Nocéu perdió fuelle, tras visitar una docena de países. Así y todo, Julio sigue al pie del cañón: guarda todos los datos de la Historia de Trubia que vivió en primera persona. Corta el pelo a domicilio “porque con la pandemia mucha gente, paisanos mayores, sigue teniendo miedo a salir”. Extiende su actividad por los concejos de Quirós, Proaza, Las Regueras, Santo Adriano y Teverga… y sigue ejerciendo de trubieco, aunque desde hace años tiene su residencia en Gijón. Además, presume de raíces alleranas y pravianas, algo patente en su apellido, Cuervo, el de más tradición en la villa del Nalón. Y mientras espera por la jubilación, sigue atendiendo a sus clientes con buen humor, mejor conversación y discreción en los detalles “que para eso hay que ser profesional”, constata. Un personaje carismático, inquieto y entrañable que, como queda dicho, es un clásico de Trubia. De toda la vida.
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