Me niego a admitirlo, la historia ha demostrado que nos han precedido unos noventa mil millones de personas y ninguno ha sido lo suficientemente astuto, no digo inteligente, para poder dar malo por bueno, ni bueno por malo. Con astucia se pueden intentar cosas, pero solo con inteligencia se consiguen. En la Inglaterra de Isabel II, las monedas de metales nobles desaparecieron del mercado, cuando fueron sustituidas por aleaciones de menor valor. La moneda noble, se guardaba como ahorro, la moneda vil se usaba para el consumo. Al reproducirse sin límites perdía su valor.
Siglos antes Aristófanes, en su comedia Las Ranas, había escrito: «tratamos a nuestros hombres públicos como a nuestras monedas. Las de plata y oro no circulan más, desplazadas por las falsas y justo cuando la nación precisa a los mejores hombres, se los ha retirado de la circulación». Sir Thomas Gresham, financista, observó el fenómeno y lo definió: la moneda mala desplaza a la buena y pasó a la historia como la Ley de Gresham. Dice la canción: «Gitana te pasa a ti lo que, a la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda. No te quedes tú con la mala moneda».
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