Esther Martínez / Las Regueras
Paz González Mesa lleva diez años formándose para recuperar uno de los oficios tradicionales que estaba a punto de desaparecer en Asturias; el de hilandera y tejedora. Hace poco más de dos años decidió que era el momento de abandonar su trabajo habitual para dedicarse a tiempo completo a lo que entonces era una afición. Paz vive en Puerma de Valduno (Las Regueras) y es una apasionada de las tradiciones asturianas; música, folclore, patrimonio, arte. Estos días se encuentra inmersa en la creación futura página web de su empresa. El importe del premio recibido hace unos meses por el proyecto Vives Emprende la ayudará a ello y será una empresa reguerana; Melodijopérez, quien la asesorará para mostrar al mundo a través de web y redes sociales, su empresa y su forma de trabajo. “¿Quién me iba a decir a mí que hasta necesitaría los conocimientos de química que aprendí en el instituto, y que iba a estar siempre aprendiendo?”, se pregunta mientras muestra las pruebas de telas teñidas con distintas tonalidades. Porque el proceso de la lana es largo, lento y laborioso, no sólo técnicas de tejido sino todo el proceso que conlleva cada técnica, desde el trasquilado de la oveja hasta los últimos detalles finales.
La tejedora de Puerma, usa lana de oveja merina que importa de Reino Unido y seda orgánica de Alemania, para bufandas y chales y de merina española, de Extremadura, para cojines, mantas, mantas de bebé y vestidos de gaitas.
Aunque posee un pequeño rebaño de oveya xalda, no es suficiente y algunos ganaderos cercanos se la regalan. “El trabajo de filar lleva mucho tiempo y por eso este año mandé la lana a filar a Cuenca, así puedo dedicarme a tejer. Estoy experimentando con la lana de xalda porque no quiero que se reduzca su uso a los trajes tradicionales y recreaciones, quiero buscarle un uso contemporáneo. Procesar la lana de esta raza autóctona, de forma manual, sería muy caro, y el resultado final sería muy poco democrático, en cuanto al coste final para el consumidor.” Si se pusiera a elaborar todo el proceso; trasquilar (que ella misma hace), lavar, escarpinar, filar, se hace difícil, realizar todas las tareas, por eso opta por mandarla a filar y que venga ya en ovillos. El proceso de teñido es uno de los que más apasiona a Paz, pero también es una tarea muy meticulosa. “La lana no tiene afinidad química con los tintes, para conseguir que adquiera los colores hay que meterla en baños de alumbre, necesita modificarse químicamente, excepto en algunos tintes como las cáscaras de nuez y la cochinilla que se impregna directamente”, afirma Paz.
Todos los tintes que utiliza son naturales; cebolla, corteza y hoja de nogal o abedul para conseguir los amarillos, ocres y marrones o cochinilla para los rojos y rosados, palo de Campeche para azules, que se produce en Méjico y se importa de Europa. La cochinilla se la envían de Canarias, de la isla de Gran Canaria, que es el único tinte del mundo con Denominación de Origen Protegido (D.O.P.). Un empresa de la isla, Canaturex, le envía hasta Puerma los insectos secos y listos para usar como tinte. “No creas que solo sirve para textiles, lo llevan muchos yogures de fresa y barras de labios”. Para conseguir las distintas gamas de colores es necesario usar además de los productos anteriores, el acetato de hierro que se consigue con clavos oxidados que se introducen en agua con vinagre.
Ponerse al telar es el último paso después de todo el proceso y en telares también es experta Paz, uno vino de Galicia y el peine de Portugal y otro de Tarragona. Hace pocos meses con motivo del Día del Traxe en Grao confeccionó una pieza de 1,5 m. de ancho (lo que permite el telar) por 4,5 m. de largo. En esta labor tardo 9 días en jornadas laborales de 8 horas.
Durante la semana de los Premios Princesa de Asturias recibió con sorpresa una llamada de la Fundación en la que le proponían teñir telas para una exposición en la Fábrica de Armas. “Me puse un poco nerviosa y pensé que no me daría tiempo ya que el teñido lleva cinco lavados, necesitaba una olla muy grande que tuve que pedir, primero había que hervir la tela, dejarla descansar un día, bañarla en alumbre, dejarla reposar otro día, preparar el baño de color, introducirla y dejarla descansar para acabar con un baño de agua y otro de agua con jabón. Es decir cinco días a un ritmo frenético. Pero salió bien”. La casa de Paz es un tejemaneje (nunca mejor dicho) de vellones de oveja, husos, ruecas, telares, casi podría ser un museo etnográfico. Pero nada más lejos de la realidad; es un proyecto innovador, buscar un uso contemporáneo a un antiguo oficio, y hacer de ello su forma de vida.
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