Casimiro Álvarez

[A Contracorriente]

Desde hace unos meses en LA VOZ DEL TRUBIA venimos dando luz a uno de tantos hechos ignominiosos que se produjeron durante la sanguinaria Guerra Civil española, y en los años previos y posteriores, muchos de los cuales ni siquiera fueron motivados por actos de guerra, e incluso ni tan siquiera por motivos ideológicos; si no más bien causados por la, mucho menos noble, y relativamente frecuente, bajeza moral que a menudo forma parte de la condición humana.

La codicia, el resentimiento por los más nimios roces propios de la convivencia, especialmente en los pequeños pueblos, disputas por problemas de linderos, derechos de paso, etc. crean enemistades que, si bien en algunos casos permanecen larvadas, ante una situación especialmente convulsa, como la acaecida en la década de los años 30 del siglo pasado en España, salen a la luz con furibunda violencia y criminal saña, capaz de cometer las mayores atrocidades.

Cuando eso ocurre, como es lógico el dolor de las víctimas o de sus familiares suele provocar deseos de venganza o, en el mejor de los casos, de justicia que sancione a los perversos, y reponga en la medida de lo posible la dignidad ultrajada. Con el paso de los años, y en el caso que nos ocupa faltan 15 años para que se cumpla un Siglo, es posible que el dolor vaya amainando, pero nunca desaparece del todo, especialmente cuando las víctimas eran niños pequeños que tuvieron que ser criados sin padre, en condiciones económicas penosas o, sobre todo, como es el caso, sufriendo acoso y persecución por parte de los responsables del crimen.

Después de 85 años es imposible exigir justicia; especialmente a partir de 1977 cuando se promulgó la Ley 1/1977 de 4 de enero para la Reforma Política, o de reconciliación nacional, que, por causa de las prisas de los partidos de izquierda por empezar a disfrutar de los privilegios que se otorgaban a los políticos, se olvidaron de diferenciar entre los actos de guerra, e incluso de tinte político, de los simples crímenes cometidos por motivaciones personales ajenas a la guerra, aunque se hubiera intentado enmascararlo como si fuera causado por ella. Sin embargo, las victimas están en su derecho de exigir la reposición de la dignidad mancillada, y cuando se trata de una autoridad asesinada sin proceso judicial o militar alguno, la obligación de reponerle el honor y reconocimiento oficial que se merece corresponde a las autoridades.

Tal como venimos contando en los sucesivos artículos que se han publicado en La Voz del Trubia sobre el asesinato del Alcalde Aladino Canteli en el año 1 937, su hijo Helenio Canteli que hoy cuenta 87 años de edad, viene solicitando insistentemente desde hace ya demasiados años, el reconocimiento público de su padre, y por fin, la actual Corporación Municipal de Proaza ha adoptado por unanimidad otorgarle un merecido homenaje, mediante la colocación de una placa conmemorativa de su asesinato en la fachada del Ayuntamiento.

Es de justicia valorar como honorable el gesto municipal, que anteriores corporaciones prefirieron ignorar; especialmente cuando, tal como me reconoció el propio Alcalde Jesús, son conscientes de que la muerte del Alcalde Aladino no fue por motivos políticos. Y digo “especialmente” porque lo que motiva el homenaje y reconocimiento no se debe, tanto a la “Memoria Histórica” como a un acto de justicia, sin esperar rentas políticas, tal como es acostumbrado en las organizaciones políticas en los tiempos que corren.

Al acto que se celebrará el próximo día 31, a las 12 del mediodía, han sido invitados diferentes autoridades municipales y regionales, incluido el Presidente Barbón, así como algunas organizaciones políticas, personas relacionadas con el hijo del asesinado, y de manera significativa el alcalde de Oviedo Alfredo Canteli, que ha confirmado su asistencia y que, aunque nació en Teverga, su padre Octavio era de Caranga lo mismo que su asesinado hermano, el alcalde Aladino Canteli.

Desde estas páginas, animamos a los vecinos y demás personas y organizaciones interesadas, para asistir masivamente al acto.