Buena mesa

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Luis G. Donate

Bienvenidos de nuevo, mis queridos contertulios, a este humilde rincón. La piedra plana donde cada mes, a usanza del viejo Sócrates, nos sentamos a discutir sobre lo mundano y lo elevado, lo urbano y lo rural, sin olvidarnos por supuesto de hacer alguna broma por el camino. Espero que estéis listos, estamos a punto de comenzar.

Hoy quisiera hablaros, si me honráis con vuestra atención, de las mesas. Hace mucho tiempo (casi eones) glosamos en este lugar las humildes pero incomparables virtudes que tiene una piedra a la hora de servir como asiento, pero nunca hasta ahora se había presentado la ocasión de hablar de su natural complemento. Llevan con nosotros desde el albor de los tiempos, pues en algún momento de la historia, el ser humano se cansó de comer en cuclillas junto al fuego del hogar y decidió tomar medidas al respecto. Desde entonces, hay mesas por doquier, algunas incluso son un símbolo. Mirad por ejemplo la mesa redonda del rey Arturo, o el escritorio Resoloute, que pertenece a los presidentes de EE UU desde hace generaciones. Yo mismo escribo estas líneas sentado a una vieja mesa de castaño con mucha historia, al menos en mi familia. A su alrededor, se celebran triunfos, nacimientos, bodas, se llora, se ríe y con suerte uno se enamora.  Tal es el poder de estos muebles que incluso pueden reunir a su alrededor a parientes separados por el tiempo o las circunstancias, dando lugar a muy felices encuentros.

Hasta aquí llega mi mensual disertación, espero como siempre que haya sido de vuestro agrado. Puede que algunos de vosotros estéis mirando ahora vuestras respectivas mesas y las veáis bajo otra luz. Yo por mi parte no puedo irme sin antes hacer mención de una mesa muy especial que ya forma parte de la leyenda, un mueble que, sin ser mágico, siempre aparecía repleto de comida y hacía feliz  a todo aquel que se sentase a su alrededor. Cuidaos mucho, hasta la próxima.

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